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McOndo en trance
Pedro Tenorio Narváez.
Muchas veces se ha dicho que al hablar de una antología no es posible hablar de un libro perfecto. Para que esta pueda lograrse se debe vencer la terca resistencia de algunos autores y el criterio generalmente conservador y a veces extra literario de las casas editoras. Si bien es cierto que de algunas cosas como estas podría acusarse a Mc'Ondo, lo que finalmente cuenta es el nivel de los escritores aquí reunidos.
Todos ellos pertenecen a una nueva generación, ajena a realismos mágicos y temáticas de cuño indigenista o social. Una generación que presenta sus historias desde una perspectiva individual, dada más a la exploración de una sensibilidad personal que a la crítica social o al manifiesto político.
Son dieciocho los nombres escogidos, y pasando revista veremos que el libro se abre con uno de sus mejores cuentos: El vértigo horizontal, a cargo del argentino Juan Forn. Un protagonista atormentado y una historia por momentos desgarradora sirven de base para una sentida reflexión en torno a la imposibilidad del amor y la muerte. Rodrigo Fresán, autor de un interesante libro de cuentos: Historia argentina, se cae con un relato cuyo larguísimo monólogo se torna por momentos insufrible. Pero con el costarricense Rodrigo Soto es distinto. Su cuento Sólo hablamos de la lluvia está escrito por alguien que conoce su oficio y que anteriormente ha sido antologado junto a nombres como los de Cortázar, Bryce y Benedetti, lo que puede dar clara idea de su nivel.
El caso de los encargados de este proyecto, Alberto Fuguet y Sergio Gómez no deja de ser curioso. Los cuentos de ambos no son, en definitiva, su mejor carta de presentación. A Fuguet más que por sus cuentos, allí está su libro Sobredosis para atestiguarlo, se le celebra por los aciertos contenidos en novelas como Mala Onda o Por favor rebobinar. Por su lado, Gómez publica sus libros con innegable éxito en Chile, pero aquí lo suyo resulta anodino, prescindible, lo que es lamentable.
Leonardo Valencia, joven narrador ecuatoriano afincado en el país, muestra en Pulsión la misma pulcritud en el manejo de recursos que puede hallarse en La Luna nómada, volumen publicado en 1995 por Jaime Campodónico. De España aparecen tres nombres y el mejor librado es Martín Casariego con su relato He conocido a mucha gente, de gran agilidad y carente de los excesos a que son tan propensos algunos de su pares. Lo de Ray Loriga, a pesar de su admirable fluidez, no pasa de recordar con insistencia al personaje de River Phoenix de My own private Idaho. Y ni hablar de José Angel Mañas -esta vez en coautoría con el inédito Antonio Domínguez- de quien se esperaba más después de una novela tan buena como Historias del Kronen. De los mexicanos sólo Naief Yehya destaca e invita a estar atentos con relación a su obra.
Y como quiera que el Perú no podía dejar de estar ausente el elegido fue Jaime Bayly. Extrañando a Diego es un cuento absolutamente decepcionante, predecible y que recae en los mismos lugares comunes de sus primeras novelas. Para quien considere a Los últimos días de La Prensa una buena novela, como realmente lo es, lo leído en Mc'Ondo le sabrá a franco y lamentable retroceso.
Más allá de los aciertos, que no son pocos, el resultado final destila irregularidad y decepciona en más de una ocasión. La validez de toda nueva propuesta se centra en que ésta realmente se logre y evite que la postura común tome la apariencia de un simple disfuerzo, de un mero pretexto para encubrir las limitaciones de las que se adolece.
Revista Caretas, Perú, 1997. |
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