Te llevaré en mis ojos
Se siente uno tentado de decir que existe algo así como “la novela de la media vida”. Ya Dante había iniciado el más célebre de sus viajes con el no menos célebre verso “En mitad del camino de la vida....” Y como él, son muchos los autores que, en un momento de su trayectoria vital, sienten la urgencia de ensayar un balance de lo acontecido. Para efectuar dicho balance, debe haber transcurrido suficiente tiempo para que los sueños de la juventud hayan quedado atrás. Así el hombre –o la mujer– en trance de asumir su madurez, su adultez o cualquiera otra de las palabras indecorosas que existen para designar esta etapa en la que ya no podemos afirmar sin ruborizarnos que somos “jóvenes”, se mira en el espejo de sus años mozos para ensayar un careo entre el joven que se fue y el hombre –o la mujer– que se es. En algunos casos dicho careo es estrictamente personal, en otros desborda al individuo para convertirse en el balance de los sueños, aspiraciones y anhelos de un grupo. Este último es el caso de la novela Te llevaré en mis ojos, del escritor costarricense Rodolfo Arias Formoso, publicada recientemente en coedición por la Editorial Legado y la EUNED.
El grupo en el que Arias Formoso centra su atención es el de los jóvenes que apostaron por la revolución social durante las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, esa generación a la que, en el clímax de su amargura y desencanto, Sergio Ramírez denominó “la generación traicionada”. La novela, entonces, nos presenta la vida de un grupo de personajes durante un lapso que se extiende desde mediados de los años 70 hasta finales de los 80, período en el que se desarrollará la juventud y lo que podríamos llamar la “entrada en la madurez” de los personajes, y que desde el punto de vista histórico abarca el punto más alto de los movimientos insurreccionales y revolucionarios en América Central, incluyendo el triunfo de la revolución sandinista, el apogeo de la guerra civil en El Salvador y la contrarrevolución nicaragüense, hasta la caída del régimen sandinista y el colapso del mundo soviético. En el caso concreto de Costa Rica, ese momento histórico inicia poco después del célebre movimiento juvenil contra la compañía ALCOA, pasando por el crecimiento de los movimientos revolucionarios o izquierdistas que tuvo su expresión en la alianza electoral que se denominó Pueblo Unido, hasta la crisis, división y virtual desaparición del Partido Vanguardia Popular. Otras novelas costarricenses que han abordado más o menos la misma temática son Desconciertos en un jardín tropical de Magda Zavala, Los ojos del antifaz de Adriano Corrales Arias y –hasta cierto punto– Cruz de Olvido, de Carlos Cortés.
En el caso de Te llevaré en mis ojos, los personajes que nos guiarán por ese tiempo y por esos mundos, son en su mayoría jóvenes universitarios de las clases medias urbanas. En este sentido, el autor reconstruye con propiedad y solvencia los valores, las creencias, los hábitos y prácticas, el habla, los juegos –en resumen– el modo de vida de ese sector de la sociedad costarricense a fines del siglo pasado. En el curso de sus mas de 450 páginas, personajes, sucesos y sitios históricos se mezclan y confunden convincentemente con otros ficticios, sin que en ningún momento el lector se sienta confundido sobre el “estatuto” de lo narrado. Así, en algunos momentos los personajes interactuarán con Joaquín Gutiérrez o Manuel Mora, para no mencionar al propio autor, o bien con otras personalidades de aquellos años claramente identificables, aunque sus nombres fueran cambiados.
Compuesta sin mayores alardes ni complicaciones formales, la novela se deja leer con facilidad en virtud de una trama en la que nunca decae el interés –en donde el amor, el extravío y la redención de los personajes funcionan como motor y acicate- y de un lenguaje al mismo tiempo vivaz y sencillo.
Hasta cierto punto, esta tercera novela de Rodolfo Arias –la más extensa de todas las que ha escrito hasta hoy– puede vincularse con lo que algunos estudiosos han denominado “la novela de la postguerra” centroamericana, pero Arias Formoso parece más interesado en ensayar este “balance de media vida” del que hablábamos al inicio, que en dibujar los contornos de la sociedad al cabo de dicho momento histórico, ese “paisaje después de la batalla” que vendría a ser, con mayor propiedad, la novela de postguerra.
Como ocurre con casi todas las miradas retrospectivas, aquí también el pasado resulta enaltecido por la nostalgia, y esto tanto en el plano personal –qué generosos y nobles fuimos (también ingenuos)– como en el plano social –qué diferente el país de entonces del de hoy; cuánto se ha degradado la situación–. En este sentido, aunque pueda parecer contradictorio, creo que Te llevaré en mis ojos termina siendo tributaria de algunos de los mitos fundantes de la sociedad costarricense: el pasado apacible, el igualitarismo de clases medias, etc.
Novela de una generación, novela de media vida, Te llevaré en mis ojos es, también, una de esas novelas en las que el Tiempo es en última instancia el protagonista y el asunto fundamental: ¿quiénes somos y dónde estamos hoy los que antes fuimos aquello y estuvimos allá? Perplejidad ante el tiempo, perplejidad ante el ser humano y su manera de adaptarse y reaccionar a los cambios. Rodolfo Arias Formoso formula estas preguntas para un grupo humano en particular y en un tiempo específico, pero más allá de esto, en las páginas de su novela todos podemos asomarnos al vértigo del tiempo, de la existencia que fluye y de las constantes decisiones que la vida nos obliga a tomar.
Suplemento Forja, Semanario Universidad, Enero 2008
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