Artículos de prensa

Tribulaciones de un escritor tropical

Literatura
Rodrigo Soto

A continuación la exposición del autor en un reciente encuentro con escritores franceses.

Estoy desesperado. Qu iero ser un gran escritor pero mis libros no se venden, no se leen, casi a nadie le interesan. única forma de multiplicar mis cuatrocientos lectores sería publicar en Europa: habré triunfado, seré un verdadero es- critor, cuando tenga un par de reseñas favorables en El País de Madrid, alguna en Le Monde de París, otra en The Guardian de Londres. (Desde luego, no estaría de más una en el New York Times). Entonces, tal vez, los lectores de mi país se dignen a leerme. Tal vez entonces reciba la consideración que merezco.

¿A quién culparé de mi fracaso?

¿A los petulantes españoles? ¿A los insoportables franceses? ¿A los insípidos ingleses? ¿A los ceñudos alemanes que aún no han reparado en mi talento? Y conste - ¡conste!- que he hecho todos los esfuerzos del caso: mis primeras dos novelas tienen un aroma inconfundible de realismo mágico aderezado con violencia política, torturas y desapariciones; mi tercera novela la envié bajo un seudónimo de mujer a una editorial que había publicado a Isabel Allende, a Angeles Mastretta y a Gioconda Belli, pero sospecho que olfatearon el engaño porque la rechazaron sin mayores explicaciones.

Sé que en aquellas latitudes existen algunas editoriales pequeñas, interesadas en autores jóvenes que apuestan por una estética diferente del realismo mágico, pero cada vez se me hace más difícil sonreír cuando me presento como "joven es- critor". Además, cuando los editores se enteran de que en mi país somos cuatro millones de habitantes, su interés se desvanece en cuestión de segundos, se ponen de pie y me despiden amablemente. Cuatro millones, la mitad de los cuales son pobres, la mitad jóvenes, una tercera parte viejos ... y ha- cen números y bizquean y llegan a la conclusión de que las cuentas no salen.

Yo les digo -les respito- que soy un escritor original, brillante; que soy un gran escritor: el más grande desde Roque Dalton, el más grande desde Asturias, casi a la altura de Darío -les insisto-, pero ellos no parecen creerme y miran el reloj como diciéndome que tienen otra cita, que los estoy atrasando.

Hace algunos años, cuando las transnacionales de la edición aterrizaron en el país, creí que mi hora había llegado. Fui de los primeros en_ enviarles manuscritos pero después de un año de silencio me los rechazaron. (Tal vez porque soy un mal escritor, pero tal vez porque no he seguido el sabio .consejo de los editores, como el que hace poco me dio cierta "ejecutiva" de una de estas editoriales: "¿Por qué no te escribís algo bien bonito sobre Limón, sin malas palabras ni escenas de sexo?").

"los libros publicados por ellos no
son el pasaporte
al éxito que había
soñado"

En todo caso, después me di cuenta de que los libros publicados por ellos no son el pasaporte al éxito que había soñado, pues aunque ponen una foto tuya en la contraportada, sus ediciones tampoco circulan fuera de Costa Rica, o lo hacen en cantidades tan pequeñas que es como si no lo hicieran. Quienes publican con esas editoriales siguen sin existir fuera de nuestras fronteras, y dentro de ellas, mis trescientos cincuenta lectores me son rabiosamente fieles, de modo que llegué a la conclusión de que no he perdido mucho.

¿Qué haré?

Desde luego, siempre existe la opción del suicidio. Como sabemos un autor muerto tiene más probabilidades que uno vivo, pero el suicidio tiene el inconveniente de que no hay marcha atrás, y no quiero correr el riesgo del fracaso. Debo buscar otras alternativas.

Algunos amigos aseguran que Internet es la solución, y me aconsejan que ponga en línea todos mis escritos, pues de esa forma los lectores llegarán, y llegando los lectores, vendrán las grandes edi- ciones, y llegando ellas, podré por fin dedicarme a escribir. ¿Pero cómo encontrarán las masas de lectores mis escritos en Internet? Primero deben saber quién soy; y la única forma de conseguirlo es logrando que primero me lean. Más que un círculo vicioso, esto es un círculo cerrado, adictivo, sin solución.

¿Qué haré? La culpa de todo la tienen los petulantes españoles, los insoportables franceses, los insípidos ingleses y los ceñudos alemanes. Mientras el éxito llega, confio en que mis doscientos cincuenta lectores me sigan siendo fieles.

Citar como:
Rodrigo Soto. «Tribulaciones de un escritor tropical» Semanario Universidad. Circa 1992.