Artículos de prensa

Los ricos también lloran

Rodrigo Soto
desde España

Poco le ha faltado al oficialista diario «El País» para sumarse al indignado coro de voces que pide la dimisión del Presidente del Gobierno.

Aún así, sus páginas se hicieron eco de la corriente de opinión que considera inminente el fin de la era de Felipe González. Aquí todo el mundo ooincide en que el relevo es cuestión de tiempo, pero ni los opositores del Partido Popular parecen impacientes por hacerse cargo de la maltrecha economía españo1a, ni la ooalición en el gobierno se decide a tirar la toalla.

La causa de la crisis, a escasos meses de las elecciones que renovaran a González en el gobierno, han sido tres o cuatro «escandalillos» de corrupción, a cual de ellos más hediondo y podrido, en el buen decir castizo. A diferencia del ya remoto caso de Juan Guerra, los implicados no son parientes de los altos jerarcas del partido (sí, aquí el PSOE es simplemente «el partido»), sino funcionarios al más alto nivel: alcaldes, jefes de policía y, últimamente, hasta el mismísimo Gobernador del Banco de España (una especie de Lizano Faith al cubo).

Y claro, los españoles de a pie, que desde hace años ven cómo se desmorona su sueño de convertirse en los nuevos ricos de Europa, sencillamente no pueden entender que embolsarse unos cientos de millones es una tentación demasiado grande, y que además no vale la pena resistirla porque si no lo hago yo hoy, lo har.á el que venga mañana ... Y como los muy envidiosos no pueden hacer lo mismo (yo soy muy listo: por algo he llegado hasta donde estoy), empiezan con sus moralinas y se crea este clima de desasosiego, histeria e inseguridad: «En España hay mucha mierda, y cuando salga toda a la luz, lo de Italia parecerá una escuela de párvulos». Lo declara a los periodistas el escritor Quim Monzó. O esta otra joyita, del director de cine Manuel Gutiérrez Aragón: «Va no estamos viviendo unos casos de corrupción, estamos ante una verdadera catástrofe». En los concurridos bares de Madrid, denostar a los políticos se ha convertído en uno de los pasatiempos favoritos de la animada clientela.

Por supuesto, la corrupción no ataca únicamente a los funcionarios de gobierno. De hecho, la presente racha se inició con el que sigue siendo, quizás, el caso más espectacular: un tal Mario Conde, el yuppie por excelencia, el bienamado de las revistas de moda y del corazón, el self-made-man que de la nada aterrizó en el mayor imperio financiero del país con cuyo yate todos soña• ban, por cuyo coche todos suspiraban, cuyas novias todos le envidiaban; el que se proponía a los jóvenes~ en fin, como modelo de triunfador, de pronto se resbaló y cayó por un «agujerito» de más de $4.000 millones, en la entidad bancaria que dirigía. Así es la vida, y como decía mi tía Panchita, al mejor mono se le cae el zapote.

La novedad parece ser la responsabilidad implícita que esta vez se le atribuye al Presidente d~I Gobierno. Así, resulta cada vez más claro que entre las tareas que la sociedad asigna a las más altas autoridades del gobierno, está no solamente la de «predicar con el ejémplb», sino la de disponer mecanismos eficaces para combatir la corrupción. Y fallar en esto, es pecar por omisión.

En todo caso, a la hora de sentar responsabilidades cabe preguntarse por la cuota que le corresponde a ese monstruo de mil cabezas que en mis tiempos llamábamos escuetamente «el sistema». En efecto, una sociedad cuyo único criterio de éxito y realización es el dinero, ¿con qué autotidad, desde qué postura moral puede desautorizar a quienes se hacen de él por cualquier medio? Lo que está claro es que este fin de siglo la ·corrupción está revelándose como uno de los temidos caballos del Apocalipsis. Trátese de gobiernos elegidos democráticamente o totalitarios, de países postindustriales o agroexportadores, de sociedades de tradición shintoísta o católica, esta confusión de lo privado y lo público, que como se ha señalado hasta la saciedad carateriza al acto corrupto, amenaza con desgarrar el tejido social y con instaurar en su lugar un destemplado ¡sálvese quien pueda!

Es cierto que es un consuelo mezquino, pero no deja de ser un alivio comprobar que al menos parte de los males que escaparon de la caja de Pandara, se desparramaron democráticamente por todos los rincones del planeta, y no exciusivamente sobre los maltrechos pueblos del sur.

Como no soy político ni politólogo, socialista ni sociólogo, corrupto ni corruptólogo, no se me ocurren soluciones. En cambio, me siento perfectamente autorizado para exclamar: ¡Cuánto daría, Chapulín Colorrado, porque de verdad, existieras! □

Citar como:
Rodrigo Soto. «Los ricos también lloran» Semanario Universidad. 13 de mayo de 1994.