Artículos de prensa

Los malestares del ‘Estado de bienestar’

Rodrigo Soto | paralelo10@correo.co.cr

Otra mirada El escritor Jaime Fernández Leandro dejó una narrativa muy crítica de la cultura nacional

Jamás conversé con Jaime Fernández Leandro (San José, 1955-2007). En el reducido mundillo literario de San José, hubiera sido fácil hacerlo si alguno de los dos hubiera tenido la mínima curiosidad. Coincidimos varias veces en actividades, pero supongo que a ambos nos vencieron los prejuicios.

En mi caso, el prejuicio de que él era un escritor mediocre que se daba ínfulas de marginal; en el suyo, sospecho que también encontraba mediocre mi trabajo y que además despreciaba mi “visibilidad” dentro de ese mundillo.

Sin embargo, todo son suposiciones o, como diría Borges, “conjeturas”. Lo único cierto es que nunca conversamos y que solo ahora, después de su muerte, me animo a leer su obra, aunque muchas veces ojeé –y hojeé– sus libros.

Hasta donde sé, Jaime Fernández Leandro publicó cinco novelas y tres colecciones de relatos. La única información pública sobre su vida está en la escueta ficha biobibliográfica que acompaña sus libros. Por ella sabemos que estudió Psicología y Educación en la Universidad de Costa Rica y que, antes de dedicarse a la enseñanza de la Literatura y el Español, trabajó como promotor comunal en DINADECO.

En otra ficha biobibliográfica afirma además haber sido “el primer escritor costarricense que publicó una trilogía”. Se refiere a sus novelas Palenque (1989), Aquél fue un largo verano (1993) y Retorno a Palenque (1999). Además publicó también las novelas Riveras del averno (2001) y Ardiente Caribe (2003).

En efecto, las primeras tres novelas de Jaime Fernández constituyen un ciclo narrativo. El universo en el que nos sumerge es el de un grupo de burócratas josefinos –o al menos del Valle Central– destinados a trabajar con las organizaciones comunales en un remoto pueblo de la península de Nicoya llamado precisamente Palenque.

En tal sentido, la trilogía de Palenque se inscribe en esa tendencia observada en gran parte de la producción literaria del país a todo lo largo del siglo XX: la contraposición entre el Valle Central y el resto del país, la dialéctica entre el centro y la periferia.

Sin embargo, en las novelas de Palenque no se trata de la expansión heroica del proceso civilizador –como en los autores clásicos del período liberal–, ni tampoco de la denuncia de un mundo brutal regido por la crueldad capitalista y ajeno a las tradiciones nacionales –como en las novelas sobre el enclave bananero–.

En las novelas tampoco aparece la inversión que se observa en algunas novelas recientes sobre la región caribeña, donde los valores están encarnados en la periferia, y los antivalores en el centro ignorante, retrógrado o simplemente invasivo.

En el ciclo de Palenque, los supuestos “agentes civilizadores” son una partida de degenerados, vagabundos y vividores sin otro interés que el sexo, el alcohol y el sacar el máximo provecho de su estadía en un pueblo remoto habitado por gentes ignorantes a las que ellos desprecian. Al mismo tiempo, son seres vulnerables y ridículos, pequeños y temerosos de perder la mísera cuota de seguridad que representa el salario quincenal.

Así, el autor nos transporta a las contradicciones ideológicas y emocionales, y a los deslices y vaivenes eróticos y laborales de una colección de pillos –y pilluelas– que trabajan para el “Estado burgués” o medran en él; al tiempo, se justifican con vaporosos discursos sobre el cambio social.

Aunque la atención del autor se centra mayormente en los jóvenes burócratas procedentes del Valle Central, a veces se desplaza hacia los “palenqueños”. Lejos de ofrecernos una imagen idealizada o romántica de ellos, lo que ahí encuentra Fernández Leandro son también prejuicios, atavismos cerriles, gamonalismo y doble moral de la peor calaña.

En su conjunto, la trilogía de Palenque nos permite asomarnos a las transformaciones que sufrió el país en las últimas décadas del siglo XX, pues la novela que cierra el ciclo, Retorno a Palenque, nos presenta el regreso al pueblo de uno de aquellos burócratas veinte años después, tan solo para descubrir que apenas queda nada de lo que conoció, tras la entrega de la zona costera a los europeos y los estadounidenses.

Publicadas en el lapso de una década, las tres novelas del ciclo de Palenque evidencian la evolución literaria del autor. La última –quizás la más lograda– nos ofrece constantes cambios de perspectiva y de punto de vista, hasta conformar un mosaico –o, como se dice ahora, una “polifonía”– de la vida en Palenque a finales del siglo XX.

A diferencia de El emperador tertuliano y la legión de los superlimpios, de Rodolfo Arias, que también aborda la vida de este sector de la sociedad, Fernández Leandro no se mete mayormente con el habla de los personajes; apunta más bien al plano ideológico y emocional.

Carmen Naranjo también indagó en algunas de sus novelas en los valores, venturas y desventuras de este sector de la sociedad, pero los malestares del Estado de bienestar costarricense no habían sido expresados con tanta agudeza y acidez como lo hace Fernández Leandro en su trilogía.

Tras cerrar el ciclo de Palenque, el autor escribió dos novelas negras o de corte policial. Sin embargo, el acercamiento a la temática y a los personajes resulta demasiado exterior e incluso superficial, y carecen de la acidez corrosiva y de la rabia endemoniada que ilumina el infiernillo burocrático y el lúbrico edén de su Palenque perdido.

Voluntariamente marginal, o tal vez más bien “excluido” de los cánones y la historiografía literaria del país, la obra de Jaime Fernández Leandro –y muy particularmente su ciclo sobre Palenque– exige ser leída y reconsiderada por los estudiosos y por aquellos lectores interesados en la literatura costarricense.

Citar como:
Rodrigo Soto. «Los malestares del ‘Estado de bienestar’» Áncora, La Nación. 16 de agosto de 2009.