Tinta fresca
Rodrigo Soto G
Entre las muchas equivocaciones que he cometido, una de las mayores ha sido ceder a la necesidad de creerme "bueno". Además de obligarme a invertir enormes cantidades de energía en complacer a gente que en definitiva me resulta indiferente, esta compulsión me ha privado de algunos placeres esenciales; peor aún, me ha llevado a renunciar a algunas herramientas importantes para mi desarrollo personal. Una de ellas son los enemigos. (Supongo que, a pesar de esto, debo figurar con parpadeantes letras de neón, como protagonista estelarísimo, en la lista de enemigos de más de uno/a, pero desafortunadamente, esos/as no son correspondidos, pues confieso avergonzado que mi propia lista de enemigos/as está vacía…).
Unos cuantos enemigos son necesarios -diré más: son-indispensables, para una buena y sana vida-. Antagonistas y depositarios de nuestros "bajos instintos", espejo odiado y a veces temido, los enemigos nos reafirman y nos impulsan en el camino que hemos elegido. (Que lo digan los cristianos, que tal y como tienen un Camino, tienen un Enemigo, cada uno en singular y con mayúsculas, por supuesto.).
Desde la antigüedad, los escritores y poetas, los pensadores y el mismísimo saber popular, han señalado la complejidad del vínculo que nos une con nuestros enemigos. La historia está llena de episodios en donde un giro repentino, del odio al amor o viceversa, produce un cambio dramático y definitivo. Un ejemplo célebre es la conversión al cristianismo del emperador Constantino, quien con anterioridad había masacrado a los que luego serían sus correligionarios. Otro buen ejemplo nos lo ofrece, claro, Shakespeare: desafiando el mandato de odiarse, Romeo y Julieta escogen el amor... Normalmente, es en las situaciones límite, cuando hemos llegado a un callejón sin salida o cuando la muerte nos desafía con su risa sarcástica, que se nos imponen estos poderosos cambios de sentido.
La naturaleza de la relación con los enemigos resulta a veces desconcertante. Hitler, por ejemplo, detestaba tanto a los franceses como admiraba a los ingleses, al punto de que en algún momento figuró en sus planes una alianza con Gran Bretaña. De la misma forma, el modo de vida de la sociedad norteamericana se inspira, en algunos aspectos, en la Alemania nazi. Antes que los gringófilos se encabriten, menciono la televisión, la industria espacial y el terror nuclear, como parte del legado nazi a la sociedad norteamericana. Más aún, ambas sociedades tienen su fundamento en la exaltación ilimitada del poder de la máquina. Igualmente, triste, pero sin duda más patética, es la forma en que algunos sionistas de Israel han terminado por parecerse, en su ceguera vengativa y su brutalidad, a los verdugos de apenas ayer del pueblo hebreo.
Sin duda, escoger a nuestros enemigos es un arte tan necesario y tan antiguo como el de escoger a los amigos. Estas serían algunas consideraciones al respecto:
▼ ¿Quiénes son tus enemigos? Quienes encarnan lo que detestás. Pero primero preguntate si lo que detestás en ellos, no es precisamente lo que deseás en tu fuero más íntimo. Una vez que respondiste con sinceridad a esa pregunta, ya sabés quiénes son tus enemigos.
▼ Tal y como sucede con los amigos, es conveniente tener pocos enemigos, pero selectos.
▼ Hacele saber a tus enemigos que los has elegido. Conocelos en profundidad, nunca los desdeñés, respetalos siempre, y tratá de no temerles. Aunque a veces no lo parezca, la batalla contra nuestros enemigos se libra en el plano de los valores y de la ética. Sólo con tus acciones podés demostrar tu superioridad. Seguí, por ello, el ejemplo de Mandela contra el apartheid, o el de Gandhi contra los ingleses.
▼ No es posible vencer sin convencer. Vencemos cuando convencemos a nuestros enemigos. Esa es su única derrota.
▼ El que otros te escojan como enemigo, no te obliga a vos a escogerlos a ellos. Cada quien es libre de escoger a sus enemigos.
▼ No escojás a tus enemigos por envidia, pero si es necesario, aprendé con humildad de ellos, cuando las cosas les salgan bien.
▼ Jamás confundás con admiración el respeto por tus enemigos; mucho menos con amor.
▼ Cuidate siempre de no llegar a parecerie a tus enemigos, en aquellas cosas por las cuales los escogiste. ■
Citar como:
Rodrigo Soto. «Los Enemigos» Revista dominical, La Nación. 21 de enero de 2001. Página 23