Artículos de prensa

Las nuevas catedrales

No tienen arbotantes, ni crucetas, ni rosetones, ni en la armonla de sus proporciones esconden, para quien sepa descifrarlas, las claves de un saber secreto. Tampoco son levantadas con el propósito de convenirse en lugares sagrados, de recogimiento o de meditación, pero cumplen la función más cercana a esta que permite el capitalismo finisecular: ser fuentes de ocio. Un ocio pendejo, falto de imaginación y a tono con los tiempos, pero ocio al fin y al cabo ...

¿Quién no ha visto a las familias de la clase meda ir de paseo a los centros comerciales los domingos? Allá van: rezagados tras los padres corretean los niños, paseando sus miradas sedientas, codiciosas, inyectadas, por cada vitrina y ventanal. ¿Comprar? Quizás. Probablemente poca cosa más que un helado o un hotdog. Porque el paseo es estar aqui, eso basta. Acaso han venido inmedatamente después de la misa. Asistir a la liturgia fue, en el mejor de los casos, una formalidad; la concesión del marido bonachón ante el capricho ó la majaderla de su mujer. En todo caso, el verdadero rito se celebra aquí.

Son las nuevas catedrales, levantadas a toda prisa y consagradas por el arzobispo de turno al nuevo dios omnipotente, señor y amo de nuestra vida y desgracias: el gran dios Mercado. A sus pies, como a los de todo dice que se precie, se ofician sacrificios y hecatombes: allá se pudre Ruanda -qué digo: Africa entera-, y aunque en el norte nadie lo confiese, muchos piensan que lo mejor sería que todos se muriesen: así tendríamos un gigantesco parque natural lleno de leones, elefantes y panteras ... ¿Será hoy oomo ha sido siempre, que la investidura de los dioses se mide por la cantidad de sacrificios que se realizan en su honor? De ser asl, qué duda cabe, estamos ante la mayor divinidad de la historia.

Las nuevas catedrales suelen ser interminablemente grandes, con espaciosos corredores, escaleras mecánicas y patios interiores. Aqul y allá han dispuesto bancas para los fieles que, agotados por el ajetreo y el peregrinaje, deseen sentarse a mirar.

Grupos de adolescentes se cruzan en el medio de ninguna parte, los muchachos y muchachas coquetean y, de escribirse hoy «Romeo y Julieta», los protagonistas tendrían que oonocerse en un centro oomercial, qué duda cabe.

Hoy, como ayer, la liturgia está codificada al máximo.

Extraer de la billetera la tarjeta de crédito procura un placer y depara una tranquilidad acaso comparables a laque en otros tiempos dispensaba oomulgar. Si antaño la música religiosa se proponía alabar a la divinidad o elevar el esplritu de los fieles, la música que flota en las nuevas catedrales es poco más que un aroma, algo ~viano y casi imperceptible que nos hace sentir a gusto y olvidar que mañana lunes habrá que trabajar, y a fin de mes que pagar lo que hoy oonsumimos.

Pues asi como la aspiración del cristianismo cayó desde sus orlgenes hasta la actualidad, la idea de Progreso, primer motor del capitalismo moderno, no ha dejado de desfigurarse oon los siglos hasta terminar reducida a su caricatura, que es el acto de consumir cada vez más.

Inmensas moles grises de vidrio y concreto, las nuevas catedrales se levantan como testimonio de una época que lo único que supo dar de si, fue su obstinada fe en el consumo como pivote y eje de la vida social: de la eoonomia a los placeres, del ocio a la productividad, nada ni nadie escapa a los designios de la nueva deidad.

Citar como:
Rodrigo Soto. «Las nuevas catedrales» Semanario Universidad. 1994.