Había una vez un rey (en realidad fueron dos, pero en los cuentos de hadas siempre es solo uno) muy bueno, muy bueno, muy bueno, que un dla se levantò de excelente humor y decidió hacer un regalo a sus súbditos. Salió al balcón de su castillo y dijo:
- Pueblo mio que me amáis: Para que veáis, cuán bueno soy. regalaré a cada uno de vosotros un espléndido traje, que os protegerá del frfo y os hará lucir sanos y hennosos ...
El rey cumplió su palabra, aunque el traje no era exactamente regalado ni protegía tanto del frio ni fue entregado a todos y cada uno de los súbditos (la conciencia de género no había aún llegado a nuestro reino~ ...) No obstante, a partir de ent>nces menos gente padeció fr, menos gene padeció resfrios y el pueblo, habituado a que lo despojaran sin recibir nada a cambio, se lo agradeció.
Pasó el tiempo. El rey murió -¡pobres!, también los reyes mueran-, y el prfncipe heredero (los dos prlncipes herederos) dacía al pueblo:
-¡Amadme! Soy el hijo del rey bueno, el que os regaló ese traje espléndido que lleváis puesto.
Pero entonces, el traje espléndido era solo un recuerdo, pues el tiempo -el implacable- habla hecho lo suyo; los niños de entonces habían crecido y se habían reproducido -esa mala costumbre del pueblo- y, en fin, lo de rigor ...
Al principio, los súbditos y súbditas (era el mediodía de la conciencia de género) creyeron que el príncipe bromeaba. «¿Traje espléndido?» -y miraban con amargura los remiendos, los parches, las costuras... Pero pronto descubrieron que el príncipe hablada muy en serio, pues en sus viajes a otros reinos mencionaba siempre el espléndido traje de su pueblo. Soplaban vientos nuevos, o como decían los periódicos, vientos de cambio ...
Alguien se atrevió a decirle:
-Señor, hace frío ... ¡Nos helamos!
El príncipe montó en cólera (no era el nombre de su caballo, aunque por cierto que uno de los prfncipes amaba los caballos) y les dijo:
-¿Lleváis ese traje maravilloso-y todavía os quejáis?
-¿Traje maravilloso? -le dijeron- ¿Es que no veis que vamos chingos?
-¿Chingos? -bramó el príocipe, ahora rey- ¡Ingratos! ~Malagradecidos!-
Llamó a sus cortesanos. Les dijo:
-Mis súbditos y súbcltaa dioen que van chingas, que tienen frío, pero el traje que les regaló mi padre les luce bien, ¿verdad?
A coro. los cortesanos respondieron:
-¡Espléndido, señor! ¡Les queda espléndido!
Así fue como el príncipe siguió viendo espléndidos trajes donde no había más que 1rapos viejos. Sus cortesanos, socios y amigos hablaron también del hermoso traje que lucía este pueblo, de la salud, la·educación y la cultura, pero en las calles las adolescentes se prostituían y se metían con gringos viejos, los niños eran cada vez más flacos y estudiaban menos. la desnutrición aumentaba y la producción se venía al suelo ...
Y cuando venían invitados de otros reinos, el príncipe no dudaba en pasearlos por las calles diciendo:
-Excelencia mirad qué bello traje lleva mi pueblo...
Y todo el mundo con calzones de manta, llenos de remiendos, aguantando frío y con las nalgas al viento.
Me meto por un huequito y me salgo por otro. y alguien que cuente el próximo.
Citar como:
Rodrigo Soto. «El rey bueno y el pueblo chingo» Semanario Universidad. 1990 o anterior.