Rodrigo Soto
Un cuerpo: es decir, un trozo de carne con historia, mil historias encarnadas. Frente a él, otro cuerpo, otras historias ambulantes, proclamadas por cada músculo, por cada gesto, por cada palabra que se dice o se calla. Y entre ambos: el espacio silencioso del vacío.
De pronto, la distancia entre ambos cuerpos disminuye, los brazos se despliegan como velas hinchadas por el viento y, por breves momentos, los cuerpos se estrechan y permanecen unidos.
¿Que sucede? ¿Qué ha sucedido? Con el llanto. y la risa, el abrazo pertenece al arsenat básieo con el que los seres humanos contamos para comunicarnos: abrazamos aún antes de hablar. Y no son pocos los que viven y mueren sin haber conocido el poder de la palabra, pero sí el poder directo e inmediato del abrazo. Abrazar: tocarnos: sentirnos: reconocer al otro en su corporeidad: hacerlo real entre mis brazos. En nuestro mundo de sombras, el abrazo es una prueba de que realmente existimos.
Los matices del abrazo son casi tan vastos como los del corazón humano. Abrazamos para infundirnos ánimo; abrazamos para saludarnos y también la paradoja del abrazo, su extremo su negación.
En la forma dominante del amor, el amante que abraza persigue al mismos tiempo, la presencia de otro y su disolución. El abrazo amoroso es el inicio del ritual antropofágico por excelencia: el acto sexual. («Me comí a esa chavala», dice significativamente, el habla popular). Sólo puedo hacerte mía si eres real, pero al hacerte mía, desapareces como alteridad. Temerosos desde siempre a desaparecer, a ser devorado entre las fauces de la Gran Vagina, el varón asesta su estocada y se retira. Algo ha ganado, pero: hasta el más ciego y obstinado de los machos sospecha también que algo ha perdido. Es como si, espantado ante la deglución·de su sexo por el sexo femenino, el varón se desquitase con la negación s1mbólica de la mujer y de lo femenino. Y con su anulación real. ¿Quién no teme perder su gracioso pene?
El abrazo fraternal o amistoso concreta la presencia del otro, la corporeíza, la hace real. En esa misma medida me vuelve consciente de mi realidad: sitio de encuentro, palpitación de dos latidos, roce irremediablemente fugaz de dos cuerpos ...
En contrapartida, y contra lo que podría pensarse, el abrazo amoroso no concreta el encuentro de dos historias y de dos cuerpos, ni ·siquiera su fusión: abre el telón de un teatro donde se presenta siempre la obra del Gato y el Ratón.
Citar como:
Rodrigo Soto. «Economía del abrazo» Semanario Universidad. 1990 o anterior.