Tinta fresca
Rodrigo Soto G
A la que le calce el guante...
Deseamos querernos de una forma distinta, lejos del tedio, la posesión, los celos, y la siempre ingenua tentación de creer que, al encontrarnos, hemos regresado al paraíso, como si no hubiéramos caído –plop– un día del vientre materno... Pero el amor tiene siempre sus peligros, y al eludir unos, quedamos a merced de otros distintos.
Comienzo a creer que la ilusión de regresar al paraíso es el señuelo (¿o debo decir el sueño?) que amalgama dos vidas, dos deseos, que de otra forma seguirían abiertos, errabundos y a la deriva en su búsqueda de algo que los complete. De esta forma, al renunciar a la ilusión de que juntos es posible regresar al paraíso, la precariedad del vínculo se convierte en un peligro...
Tal vez estamos condenados a buscar algo que nos complete y nos cierre-así sea transitoriamente, restableciendo la ilusión de estar completos, tener límites y ser finitos, pues ¿quién de nosotros puede decir que acepta o soporta la evidencia de ser en efecto infinito?
En ese acto de completar al Otro, que vivimos como entrega y renuncia (¿o entrega y sacrificio?), la sensación de vida y la sensación de muerte se conjugan, pues ciertamente morimos un poco como "individuos", pero juntos damos vida a ese "monstruo bicéfalo" (Octavio Paz) que es la pareja.
Por cierto, que al depositar en el Otro el don y el poder de completarme, lo cautivo, y cuando acepto completar al Otro, quedó atrapado en su fantasía y su deseo. Así, la pareja suele convertirse en una especie de "cautiverio en el paraíso". ¿Pero quién no se recluirá gustosamente en el Paraíso, con su Adán o su Eva particular, y toda la eternidad de unos segundos para juguetear juntos?
El problema -ay, siempre esos inoportunos entrometidos-, empieza cuando nos damos cuenta de que el paraíso es fugaz- ¡tan fugaz!, o más bien ficticio o ilusorio, pero no así la reclusión, que sí puede ser bien real: cuentas por pagar, pañales llenos de caca, trasnoches, pleitos y gritos, diferencias, reclamos, abandonos y ese largo etcétera de todos y todas conocido...
Bonito enredo, entonces, en el que estamos metidos: de un lado, accedemos al paraíso o su ilusión al precio de quedar cautivos dentro de ella, pero del otro, nuestra vida será agonía y ferviente deseo de paraíso, mientras estemos en libertad.
¿Debemos empeñarnos en buscar el paraíso perdido, aunque solo sea una ilusión que nos da sosiego? ¿O más bien debemos aceptarnos de una vez y para siempre así, sin sosiego posible, desconsolados, abiertos, errabundos, erráticos, incompletos, jadeantes...? ¿Acaso vale la pena vivir la ilusión del paraíso unos segundos, cuando menos? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta.
¿Cautivos y completos en el Paraíso, o libres e incompletos en la Tierra?
Según la tradición judía y cristiana, Eva optó por la libertad en la Tierra, es decir, optó por afirmarse y ser fiel a su deseo. Tan pronto la pareja primordial tomó conciencia de su Falta, fueron conscientes de su desnudez y su primer impulso fue cubrirse. ¿Por qué? Acaso porque a partir de ese momento se supieron incompletos.
¡Qué adorable riqueza de significados la de la palabra "Falta"! Al desobedecer al Padre y afirmarse en su deseo, Eva nos arroja al reino de la Falta, que son estos barrios donde ahora vivimos. Creo que Freud y sus secuaces dijeron algo parecido. Si en lugar de Complejo de Edipo (que suena como algo feo y malo, de lo que debemos avergonzarnos), llamásemos a este asunto "el Acto de Eva", tal vez lo entenderíamos mejor, porque en este aspecto estamos más cerca del mundo hebreo que del griego. Pero sospecho que hablar del "Acto de Eva" tampoco mejoraría las cosas por aquí.
De acuerdo con la tradición cristiana, este es el Pecado Original, que ya todos cometimos. Pero mucho me temo que en esto los cristianos pecan de optimismo. Creo que son muy pocos los que tienen la fuerza y el valor de comulgar con Eva y con Adán en la desobediencia y en la afirmación de su propio deseo. Son pocos los que se atreven a aceptar que el Paraíso fue irremediablemente perdido, que no es posible regresar a él, y se animan a vivir asumiendo la Falta, la incompletitud, lo ilimitado del deseo y la libertad, así como el riesgo, tan humano, de la pérdida y el extravío. ¿Cautivos y por un momento fundidos en la ilusión del Paraíso, o libres y hasta la muerte incompletos y jadeantes en el Reino de Este Mundo?
Este día de la Independencia que se aproxima, yo también digo: Yo soy Adán. También yo muerdo la manzana. Renuncio para siempre a la ilusión del Paraíso. Asumo el riesgo de perderte o no encontrarte, pero anhelo caminar entre las flores y los cierzos, así como gozar, aprender y padecer a tu lado, en estos valles de la Falta que escogemos y asumimos. ■
Citar como:
Rodrigo Soto. «Cautivos en el paraíso» Revista dominical, La Nación. 7 de septiembre de 1997. Página 23