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Estereotipo y discurso teatral en
Aquí las noches se hacen largas de Rodrigo Soto

Maryse Renaud.
Universidad de Poitiers


Hace algunos años tuve la oportunidad de hablar, en un coloquio organizado por nuestros colegas de la Universidad de Nantes, de la reescritura paródica a la cual se entregan cada vez más frecuentemente desde hace varios decenios los escritores hispanoamericanos, específicamente los de la « nueva novela histórica » o del neopolicial. Esta literatura a menudo brillante se nutre, como bien se sabe, de no pocos mitos y estereotipos, aspirando precisamente a desautorizarlos mediante toda clase de prodedimientos —fundamentalmente con el manejo del discurso irónico—. La actitud lúdico-crítica de los autores constituye uno de los rasgos más marcados de esta producción textual frecuentemnte ingeniosa —insisto en ello para evitar todo malentendido—, que goza tanto más de los favores del público actual cuanto más cansado está éste de las trilladas verdades oficiales. Ahora bien, en aquella ponencia quise llamar la atención sobre lo que yo consideraba como los peligros previsibles, y en algunos casos ya constatados, que hacen correr a la literatura hispanoamericana la demasiado mecánica, sistemática apelación a la parodia ( tenida teóricamente, dl autorsin embargo, por ciertos lingüistas por el colmo mismo del arte, de la « literariedad »). El exceso de parodia, a mis ojos por lo menos, no deja de matar a la parodia, haciendo el texto previsible. Y de la previsibilidad nace cierta forma de aflojamiento del interés de parte del lector. (1)

Ahora bien, lo que me llamó la atención en Aquí las noches se hacen largas fue precisamente el original tratamiento reservado al estereotipo, ajeno, a primera vista, a la legítima tentación del autor de desplegar un lenguaje personal peculiar altamente elaborado, un marcado « estilo individual » distinto, independiente del lenguaje manejado por el grupo o la comunidad; en suma, ajeno la tentación del « idiolecto » (2). El tratamiento deparado al estereotipo apuesta aquí humildemente, al contrario, al « sociolecto », no juega con la carta archiconocida de la parodia, que se funda frecuentemente en la mirada divertida o condescendiente del autor o del narrador culto y superior a los personajes que acciona y de cuyo comportamiento se burla. Los usuarios de la « langue de bois » están aquí como en su casa. Nada de sofisticados alardes de ingenio, sino una campechana aceptación y un reciclaje levemente distanciado, discretamente humorístico, de todos estos tópicos, todos estos « lugares comunes » que son precisamente, como bien lo evidencia la expresión, comunes a todos y, por lo tanto, merecedores de una auténtica atención de nuestra parte y, ¿por qué no ?, de un benévolo interés. (Véanse a este respecto los enjundiosos trabajos de ciertos especialistas actuales del estereotipo, quienes analizan en estudios diacrónicos las variables, contradictorias y a veces paradójicas actitudes de los hombres de letras ante el mismo, específicamente la postura ambigua de los escritores del posmodernismo, contribuyendo por su parte a destacar y revalorizar el poder de cohesión social de los generalmente, desde el siglo XIX, malqueridos y vapuleados tópicos. (3)

Es llamativo aquí el recurso a abundantes, proliferantes estereotipos y frases sentenciosas, como si el cuerpo mismo de la obra estuviese en gran parte destinado a propiciar una reflexión sobre los tópicos, sobre el « prêt-à-penser » en que se fundan la lengua y el pensamiento de nuestros congéneres. Señalemos de entrada, recordemos, para los despistados, que el texto que nos ocupa, Aquí las noches se hacen largas, es un texto teatral. Dice así María Bonilla en el breve prólogo a la obra : « En el año 2007, tuve el honor y la alegría de dirigir una adaptación de la novela de Rogrigo Soto, Gina, en en Instituto Cultural de México, en una producción de SI Productores, el Teatro UBU y el propio Instituto de México. Un año después vuelve a entusiasmarme otra producción muy parecida a la anterior, solo que esta vez se trata de un monólogo que Soto tituló Aquí las noches se hacen largas, con un personaje entrañable justamente por su humanidad cuestionable, contradictoria, verosímil, entre trágica y patética, conmovedora : un policía, el cabo López ».

Este texto procede, pues, está basado en una novela homónima de Rodrigo Soto. El paso de un género a otro (¿con qué modificaciones, adaptaciones, reajustes ?, nos lo dirá el autor) no puede dejarnos indiferentes y quizás tenga algo que ver con la cuestión de los estereotipos a la cual vamos a asomarnos. ¿Por qué haber optado por llevar al escenario un texto inicialmente novelesco ? Para darle quizás más difusión, y antes que todo, supongo, para otorgarle mayor impacto ideológico y estético, aprovechando la especificidad del discurso teatral, su función social, didáctica, así como la inmediatez del vínculo, del contacto, establecido con el espectador. ¿Y cómo establecer la mejor conexión posible con el espectador, con el público en general, sin exclusión , sino usando el lenguaje de todos, con sus bellezas y escorias ? De ahí la apertura irrestricta al lenguaje popular, el flujo vertiginoso de frases hechas que emanan del personaje protagónico, el cabo López, representante por antonomasia del hombre del montón, del hombre moldeado, deformado por la rutina del lenguaje, los prejuicios y una forma de pusilanimidad que lo incita a « no meterse » en vidas ajenas, a permanecer indiferente a lo que lo rodea, aun tratándose de su propia familia.

Como bien se advierte en el texto, se pasa progresivamente del solitario monólogo del cabo López —signado inicialmente por la impaciencia, la irritación y una forma de rabia fría ante la estéril obligación de quedarse vigilando a un « cabrón », un « desgraciado », un « bicho malo »— a una actitud más reflexiva. El monólogo algo crepitante del inicio —una suerte de estallido interno cuajado de exclamaciones, interrogaciones, puntos suspensivos, una especie de desahogo contingente cuya función es hacerle más llevadera la situación al policía— se transforma paulatinamente, con el tiempo, parámetro esencial en las cinco escenas de que consta la obra, en una forma sesgada de diálogo con unos espectadores a quienes se menciona ya claramente en las didascalias con que culmina la escena 4, página 29 (« Luego se voltea [el cabo López] hacia los espectadores, hace un gesto de : « Me disculpan, luego nos vemos » y desparec e tras la puerta , que se cierra tras él ). De hecho, ya habÍa surgido un poco antes en el texto, en la escena 2, página 20, un curioso « nosotros », anunciador de la futura orientación del discurso hacia un receptor  explícitamente identificado : el público de la obra.

El texto, que puede considerase, creo yo, como un brillante ejercicio de estilo en torno al estereotipo, arranca de un torrente compacto de expresiones familiares, coloquiales, de metáforas banales y hasta de palabrotas, todas ellas aparentemente inconexas, proferidas desde la rabia, la incomprensión, la intolerancia y el rechazo ajeno. Ostenta otros rasgos notorios del discurso oral, como la parataxis —que hace caso omiso de las relaciones de subordinación, privilegiando las de coordinación— y la repetición. De ahí la presencia de oraciones breves meramente yuxtapuestas y de reiteraciones que pueden cobrar en ocasiones la forma de jocosos estribillos que reafloran en momentos determinantes del texto, ritmándolo de modo muy logrado. Por ejemplo, el sabroso : « Vamos de culo, que todo está al revés », o el comentario obsesivo « Aquí las noches se hacen largas », cargado de angustia, o el significativo « No hay justicia », etc.

Lo inconexo no tarda en revelar entonces su lógica soterránea. No hay vocablo que no se justifique plenamente y no sea susceptible de ser aprovechado más adelante, a su debido tiempo. Inicialmente llama la atención el predominio de estructuras binarias en todos los niveles. Por ejemplo, en el hospital, microcosmos simbólico de la sociedad (violencia, soledad y muerte), el cabo López tiene que vigilar a dos personas, que remiten de alguna manera a la docotomía Bien / Mal : el « roquillo ese que se está palmando en ese otro cuarto de allá » y el « bichito » en quien él cree ver inicialmente, no sin un fuerte sentimiento de indignación, a un temible delincuente, un provocativo joven salido probablemente de las peligrosas barriadas, « muerto de risa y recuperándose de la operación como si nada ». De hecho, como lo irán descubriendo el cabo López y el lector, el terrible forajido no es sino un muchacho desvalido, un pobre diablo zarandeado por la vida y que ha cedido a la tentación del suicidio.

Al pricipio creyeron que lo habían apuñalado, pensaron que era una venganza o un pleito entre pandillas, pero al rato encontraron la lata en el suelo y se dieron cuenta de que él solito se había rajado. Como quien dice, un hara-kiri, como los chinitos o los japoness que agarraban una espada y ¡tan !, se la clavaban en la panza. Hay que estar loco, hay que estar mal de la jupa, jodido del techo, ¿verdad ? para hacer algo así, porque no es cualquiera el que aguanta eso...(página 15)

El esquema binario se vuelve a encontrar con los dos matrimonios del protagonista (con Pina, la primera mujer, y la segunda, « la doña »). Se impone de modo más general a través de la oposición radical entre el orden, la autoridad, la obediencia, simbolizados por la vida honesta a la cual ha terminado por acogerse el cabo López al hacerse policía, y el mundo de la calle, la violencia y los desmanes de toda clase.

Pero cuanto más progresa el texto, más se relativiza la ilusoria transparencia de estos binarismos simplistas. El flujo de los estereotipos, propiciado por la soledad, el silencio y la relativa inacción del cabo López en el hospital, y que de alguna manera viene a ser el flujo mismo del pensamiento, por muy superficial, ingenuo o limitado que pueda ser el contenido cultural e ideológico de dichos estereotipos, va a permitir precisamente el cuestionamiento del orden dual al que estaba acostumbrado el protagonista. Tópicos, refranes, frases sentenciosas proliferan, se entreveran, se contradicen, suscitando nuevas olas de reflexiones que, sin embargo, nunca consiguen cuajar del todo, ni desembocar en certezas. Las derivas y recovecos del discurso, las numerosas asociaciones de ideas nos traen y llevan del presente al pasado (una serie de analepsis aclaratorias sobre aspectos de la vida pasada del protagonista y su primera esposa, o del protaogonista y sus padres, nada ejemplares, dicho sea de paso), y del pasado a un posible futuro. La experiencia del hospital resulta determinante, aleccionadora. Reviste un valor iniciático. Provoca en efecto un impactante y significativo vuelco, que se agrega a un hábil manejo del suspense ya comprobado en Aquí las noches se hacen largas: contra toda previsión, el cabo López pide seguir en el hospital en vez de volver a trabajar en la calle. Esta opción insólita, y casi sospechosa a ojos de sus superiores intrigados, puede leerse como el rechazo por el protagonista —rechazo inconsciente desde luego— de los valores tradicionalmente asignados a los hombres : valores épicos en que la acción —resolver pleitos entre borrachos, atender asaltos, etc.—, la intervención contundente, el uso de la fuerza, la represión, es lo que se aprecia. En el hospital el cabo López ha ido descubriendo la complejidad de la existencia humana, la importancia de otra dimensión del individuo : la faz secreta, emocional, que se oculta con pudor. La faz secreta, emocional, que se debe asumir.

Los recuerdos del cabo López cuyo surgimiento éste terminará por aceptar plenamente, pese a su carácter nada gratificante, embarazoso y hasta culpabilizante, van de la mano en el texto con una serie de otras revelaciones. Éstas nos llegan una vez más, cabe recordarlo, acompañadas de un torrente de tópicos jocosos, llenos de humor, ajenos a todo pathos, a través de los cuales todos nos podemos reconocer por habernos acogido a ellos alguna vez (por conformismo, inercia, con distanciamiento humorístico a ratos, o sin él). Suena muy divertido, por ejemplo, el : « Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña », frase estereotipada si cabe, con la cual, sin embargo, el cabo López encontrará el coraje de restablecer el contacto interrumpido de tiempo atrás con su primera mujer y sus hijos, o sea, de portarse por fin como un hombre responsable para quien la función paterna no se reduce a relaciones mercantiles.

Omnipresentes, los jugosos estereotipos de Aquí las noches se hacen largas demuestran aquí con creces que también pueden servir para « filosofar », usando el mismo vocablo empleado por el sanchopancesco cabo López : « Perdón que hoy me dio por filosofar. Yo soy así, conversador, y si me dan cuerda no hay quien me pare » ( página 16). Como buen representante de la cultura popular, del grupo, de la comunidad, el estereotipo, convocado con imperceptibles distorsiones, hábilmente acumulado en cambio, puesto en escena con una maestría disfrazada de modestia, aspira al reconocimiento, quiere ser tomado en serio, estética e ideológicamente « Todos estamos metidos en el mismo barco. O nos hundimos o nos salvamos juntos, ¿verdad ? » ¿Quién no comprende semejante advertencia ? Si no está definitivamente ganada la partida del compromiso, la responsabilidad, la solidaridad, como nos lo da a entender el cabo López, tironeado entre optimismo y fatalismo, sumisión y resistencia, por lo menos al terminar la obra algo se habrá abierto camino en su mente y en la del público. La comprensión de lo real no puede ser arbitrariamente fragmentada, jerarquizada ; no puede limitarse a una cómoda pero engañosa nomenclatura binaria, a reductoras oposiciones entre lo masculino y lo femenino, el padre y la madre, lo épico y lo lírico, lo interno y lo externo, el hospital y la calle, el Bien y el Mal.   Sólo las estructuras dialógicas, la duda, el cuestionamiento de la norma, el distanciamient crítico son capaces de barrer algunos de los más arraigados prejuicios, crispaciones y miedos de nuestras convulsas sociedades, de hacernos más humanos. Ésta nos parece ser una posible lectura de Aquí las noches se hacen largas.

NOTAS Y REFERENCIAS

1) Maryse Renaud, « Fictions postmodernes : les limites de la réécriture parodique (réflexions sur le stéréotype) », in Actes du Colloque Destins, destinations, destinataires, coordinateur Jean-Marie Lassus, Éditions du CRINI (Centre de Recherches sur les Identités Nationales et l'Interculturalité), Nantes, 2001. [12 pages]

2) Véase « Idiolecto », en Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Angelo Marchese y Joaquín Forradellas, Ariel, 1989 , página 205.

3) Véanse los análisis de Ruth Amossy, Les idées reçues. Sémiologie du stéréotype, Nathan, Paris, 1991, así como el interesante trabajo de Jean-Louis Dufay, «Stéréotypes, lecture littéraire et postmodernisme», in Lieux communs, topoï, stéréotypes et clichés, sous la direction de Christian Plantin, Editions Kimé, Paris, 1993.

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