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El narrador en su telaraña
José Ricardo Chávez

Hace cinco años que se publicó la novela La estrategia de la araña , de Rodrigo Soto (1962). El autor tenía tan solo 23 años. Se trata de una primera novela, algunas de cuyas características intentaré abordar. En el paisaje literario costarricense este texto, junto con María la noche , de Ana Cristina Rossi, viene a abrir un nuevo ciclo de nuevas novelas, entre las que se pueden citar La guerra prodigiosa de Rafael Ángel Herra, Esa orilla sin nadie de Hugo Rivas, Encendiendo un cigarrillo con la punta del otro , de Carlos Cortés, o más recientemente De qué manera te olvido , de Dorelia Barahona.

No sé si como hace Carlos Catania en la presentación de La estrategia... pueda adscribirse el autor a “una generación cuestionada, en una cultura que comienza a cuestionarse”. Es difícil creer que la idea de “generación” no sea la mayor parte de las veces un cómodo pero traicionero artificio clasificatorio de críticos y académicos, y ahora parece que también de escritores como Catania.

Y hablando de clasificaciones... si pudiéramos dividir la novela como género en novelas de acción, en las que importa es el número de peripecias que se suceden, novelas de lenguaje, en las que lo fundamental no es lo que sucede sino la manera en que se cuenta -el artificio literario-, y novelas de ideas, en las que lo básico ante todo es trasmitir ciertas tesis, así como las emociones vinculadas, entonces la novela de Soto pertenecería a este último grupo. Pero, cuidado, esta clasifición apunta tan sólo a ciertas tendencias predominantes, casi nunca se dan en estado puro. Lo que sucede mas a menudo es una coexistencia-en distinta proporción- de esos tres (y otros) ingredientes-acción, lenguaje y concepto-.

Hay en la novela de Soto una tentación metafísica que la ronda y la corroe. Quiere ser una novela de lo concreto: el dolor, la existencia, el cuerpo, el sudor, la mierda, el llanto, y sin embargo el narrador recurre no tanto a situaciones dramáticas en donde se encarna este caos y esta desolación, sino a abstracciones, a símbolos, lo que ha nivel de estilo se observa en la profusión de mayúsculas: la Ciudad, el Sistema, el sentido, el rito, la trampa... en algunos pasajes la narración acusa ciertos brotes antiintelectualistas y antiracionalistas (“la esterilidad de la vida intelectual”, los extensos e inútiles volúmenes de Immanuel Kant”...), no obstante sea ella misma un ejemplo de novela “intelectual” en donde las tesis ideológicas y existenciales son un elemento básico por considerar. ¿Un perro furioso que intenta vanamente morderse la cola?

Paradójicamente este antiintelectualismo también es contradictorio con una tendencia a intelectualizar la experiencia, a describir situaciones no como podrían ser en sí, como hechos físicos, sino transformados por la percepción emotiva e intelectual del narrador. Ejemplos: las caminatas por la ciudad, el encuentro con el hermafrodita, la tormenta en la playa. Importan no los objetos sino lo que estos estimulan en el narrador. De hecho el gran escenario de la novela, la Ciudad, a pesar de ser un lugar común para mucha gente, es algo único “La Ciudad que habito es distinta de la que otros hombres miran”.

Esta abstracción “la Ciudad”, es eso, un ente ideal, un “Símbolo del Sistema”, abstracción sobre abstracción. Laberinto en el que deambulan los personajes, a él se vinculan la noche, y con ésta: el viento, el hastío, los cláxones lejanos. A pesar de que el texto no dice en ningún momento que la Ciudad, sea San José, podemos de pronto suponerlo por las referencias sociales “la gloriosa clase media de nuestro país”, la huelga bananera de 1934, la nacionalidad del autor.

A nivel ideológico, hay una contradicción recurrente a lo largo del texto: de un lado, la concepción del azar como anti-explicación del universo, y del otro, la búsqueda de una clave oculta, secreta, de un destino que rija el devenir de las cosas: un anti-azar. Si el punto de partida de al menos dos de los personajes (Morúa y David -los principales-) es un azar fundamental, ¿a qué viene todo ese intento por “encontrar el Sentido?” Azar y Sentido son conceptos antitéticos; si se acepta uno el otro se desploma sin sustento. La combinación de ambos es, conceptualmente, una contradictio in adiecto . Aquí habría hecho falta un poco más de “intelectualismo”. En la dirección seguida, al final de la trama no sólo el personaje Morúa se verá atrapado en una telaraña, sino también el narrador, con una premisa conceptual que no marcha. Queda enredado en sus propios hilos. Esta ambigüedad, esta falta de rigor, ¿es virtud o defecto? En términos literarios, mientras la novela se sostenga dramáticamente, como estructura, la coherencia intelectual pasa a un segundo plano. Pero ¿hasta qué grado es posible este divorcio? Sólo el lector podrá decirlo.

La novela hace uso de un lenguaje denso, angustiado, lo que no le quita pasajes líricos los que a veces se desbordan con expresiones como “coágulo de incertidumbre”, “viscosidad palpitante”, “heraldos del Absoluto”, o una comparación de un bulto de periódicos como “una masa blanca impresa con vómitos de contingencia histórica”. Calma, narrador, calma, no hay que confundir el sin sentido del mundo con la escatología y la flagelación, ni hay que poner tanta crema a los tacos. En esta propensión exacerbada al desencanto, a la incertidumbre, al regodeo en los humores, se puede ver la influencia literaria de Ernesto Sábato. Este “argentinismo” de abrirse las venas, mientras se hijueputea al universo, se observa en la inclusión de Irene, una argentina subversiva que no obstante encuentra “una especie de intencionalidad” que late en lo que existe, algo que polariza todo hacia la luz” (una mística de la historia), así como en el reforzamiento del elemento político en la segunda parte (represión, ejercito), en donde la rebelión política se concibe como parte de una rebelión metafísica, existencial, en la línea de Las Varonesas , de Catania. Y aquí me pregunto ¿ es un ejército represor el mejor símbolo de la “Ciudad” costarricense de los ochenta o será más bien un elemento románticamente aumentado por la presión del momento en un contexto latinoamericano de generales y comandantes?.

Sin duda que La estrategia de la araña es una novela que da mucho que hablar y mucho que escribir. Sus desmesuras se acompañan también de grandes aciertos. Una vez, mientras conversaba con un escritor costarricense de “la vieja guardia”, se refirió a la novela de Soto como “pretenciosa”. En ese momento no supe si se trataba de un elogio o de una falla. Después de todo, pretensión no significa sólo presunción o vanidad, sino también empeño en conseguir algo diferente y hasta mejor. Sólo en este último sentido estoy de acuerdo con el epíteto de pretenciosa, porque sí, porque la novela de Soto quiere sobrepasar la anécdota trivial o el cuadro de costumbres urbanas, en una dirección más reflexiva. Más allá de sus limitaciones, es un texto que abre otros rumbos en la narrativa nacional, que pone de manifiesto una nueva sensibilidad a la hora de abordar la experiencia literaria, como antes pudieron serlo La ruta de su evasión , de Yolanda Oreamuno, o Los juegos furtivos , de Alfonso Chase. En este sentido, ¡ qué falta hacen más novelas “pretenciosas” en nuestra literatura!

La Nación, Septiembre de l990

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