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Matar al padre para existir
Juan Murillo

¿Qué caminos llevan a un hijo a matar a su padre? En Las sombras de Lisandro, Rodrigo Soto explora uno de los conflictos originarios del orden social, según Sigmund Freud, con una sorprendentemente sucinta novela.

Alfredo es un hijo de madre soltera que crece a la sombra de un padre ausente. La concepción de Alfredo ocurre en un encuentro fugaz entre su madre, una secretaria asidua a la lectura y al teatro, y Lisandro Silva, dramaturgo chileno que se encuentra de paso por San José con su troupe de teatro callejero.

El encuentro es casual, caprichoso. El embarazo, una casualidad remota. Elena, la madre de Alfredo, calla el nombre del padre, Lisandro Silva simplemente nunca se entera.

Alfredo crece sin saber quién es su padre, contemplando esta ausencia de una manera compulsiva: “pensamientos que no eran míos porque yo no los decidía, yo no los pensaba y más bien me hacían sentir que yo era su espejismo”.

Con la prosa diáfana y fluida que lo caracteriza, el escritor Rodrigo Soto transforma imperceptiblemente esta simple historia doméstica de un hijo sin padre, de una madre soltera y de un dramaturgo de la diáspora chilena, en una historia mucho más amplia y quizá un poco más personal.

Alfonso descubre que Lisandro Silva es su padre, y que recientemente ha publicado una nueva novela: Las sombras. En ella hay un pasaje en el que un personaje llamado Rodrigo Soto, escritor costarricense, narra el descubrimiento del embarazo de su novia, chilena también, quien le explica que el niño no es suyo y la aceptación conveniente de Soto de esta explicación.

Se abre entonces el laberinto de espejos de la autoficción, en la que los límites entre realidad y ficción autorial se desdibujan para que, en este caso, Soto explore la idea de la paternidad despreocupada que comporta crear personajes literarios, que usualmente tienen mucho de real, para luego abandonarlos, condenarlos a vidas miserables o matarlos.

Alfredo, en un giro que recuerda a Niebla de Unamuno, se dirige en uno de los capítulos directamente al autor y lo reta a escribir la historia, percibiendo que en ella él podría perfectamente morir.

¿Quién es el autor al que se dirige aquí Alfredo? ¿Rodrigo Soto? ¿Lisandro Silva?

¿Es menos real un hijo si su padre no sabe que existe? ¿Obliga esa situación de algún modo al hijo a defenderse.

Es significativo que la obra que representa Lisandro la noche de la concepción de Alfredo es Orestes, en la que Orestes mata al usurpador y asesino de su padre.

Esta puesta en abismo aleja la trama de otras posibilidades (Karamazov, Edipo Rey) y apunta directamente al ajusticiamiento del usurpador del rol paterno (Orestes, Hamlet), alguien que ha venido a suplantar una sombra, un inesperado padre o un autor, cuya aparición sume en sombras y predetermina la vida del hijo.

No deja de sorprender que Rodrigo Soto logre en extensión tan corta ecos cervantinos, de Shakespeare, de Eurípides, Sófocles, de Las meninas de Velázquez, de Unamuno, Dostoievski y Freud.

Esta novela es apenas la primera parte de una trilogía sobre la paternidad, cuyas siguientes entregas sin duda generaran contra Las sombras de Lisandro sus propias, complejas resonancias.

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