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Bien, pero falta...
Juan Durán Luzio

Figuras en el espejo se conforma de cuatro narraciones largas relativamente independientes –poco más de cincuenta páginas cada una– las cuales, sin embargo, tienen un par de personajes en común, presentados en la proyección de sus vidas, las que a menudo se cruzan, delatándose por esto, la configuración novelesca del libro.

Y se trata de personajes interesantes por lo que representan: el adulto joven costarricenses de estos días, en busca de su porvenir. Pero falta en la obra aquel acontecimiento central que una los relatos, que ponga en acción sus personajes y, por ello, en tensión, que los haga aún más interesantes para el lector.

Es hecho conocido que las buenas novelas se desarrollan, se van construyendo en torno a un acontecimiento nuclear atrayente, inesperado e interesante tanto en sus dimensiones narrativas como significativas; un hecho integral, pues, capaz de sostener el interés de los lectores para sumirlos o confrontarlos en esa realidad creada por el escritor.

Figuras en el espejo carece de tal núcleo y no parece bastar la compleja figura de Oswaldo, el personaje principal de esta serie, quien vive abatido, inerte, atormentado por las mujeres que han transitado por su vida de escritor incipiente y bohemio pasivo. Cada una de ellas ha sido una derrota, una partida y un desaliento. De ese modo, los personajes del libro viven ajenos a la calma –para no decir a la satisfacción– pero también a la lucha, a la confrontación salvadora; sus derroteros de vida se leen como a contrapelo de la dinámica de la sociedad actual, ¿o es mostrar esa resignada disconformidad generacional el fin de estos relatos?

Por otra parte, la voluntad experimental y el dominio técnico del autor se dejan ver en varios pasajes de interés narrativo, como cuando la misma situación es contada dos veces desde perspectivas diferentes: "Ariel dudó [...] Se preguntó entonces cuáles serían las expectativas de vida de Marcela y, por un momento, la miró como a una extraña, a una desconocida. No podía seguir adelante sin ubicarla de alguna forma. –¿En qué colegio estudiaste vos?– le preguntó. Vio como ella se desconcertaba por un momento, antes de reasumir la expresión de seguridad que, según había visto, casi nunca la abandonaba. –En la Lincoln respondió. ¿Por qué?– Eso lo explicaba todo. La Lincoln era eso: la Lincoln. –No. Para ubicarte– sonrió Ariel" (98) Y dos páginas más allá se repite el diálogo, desde otro ángulo y elaborado ahora con otros matices: –Ariel cambió el tema de la conversación: –¿En qué colegio estudiaste vos?– le preguntó. Por un momento pensó que se trataba de una broma, un juego desconocido; [Marcela] miró intensa, interrogativamente a Ariel, pero en su expresión no había ningún indicio de que fuera así. –En la Lincoln– respondió. ¿Por qué?– Odió ese colegio de principio a fin. Desde los primeros días comprendió que ahí estaría siempre en desventaja. De nada le valieron las súplicas a su padre; cada vez que pedía que la cambiaran, él le reprochaba su insensibilidad y falta de gratitud. Porque siempre puso en claro que enviarla a estudiar ahí, entrañaba un enorme sacrificio para él. –No, para ubicarte– respondió Ariel".

Figuras en el espejo es un libro que indaga en ese cosmos del costarricense urbano y universitario, culto y complejo, con una mirada desengañada en el presente y otra retrospectiva en la infancia –como en el primer relato titulado Petroglifos , dicho por y en lenguaje de niños– infancia ocurrida durante la década veloz de los sesentas; aquí es sobre todo la niñez de Oswaldo, ese joven en la difícil vía de hacerse escritor, pero al que luego muy poco le ocurre, salvo lamentarse reiteradamente por no saber retener a sus amores.

La Nación, 2002

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