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La vida como un nudo
Gilberto López

La propuesta parece deshonesta. Sabiéndose atrapado desde el inicio por la trama de la vida, el autor empieza con un (inútil) acto de rebeldía: “aquí sucede solo lo que yo escribo”, afirma. Todo lo que sigue lo desmiente (y estoy seguro que, precisamente por saberlo, intenta, por lo menos al inicio, este gesto (simbólico) de rebeldía).

Porque en “El Nudo” –la última novela de Rodrigo Soto- los hilos de la vida se van enredando sin que sepa uno, muy bien, a partir de cuándo. Y, mucho menos, cómo desenredarlos. La propuesta está explícita casi al final, cuando Johnny recuerda lo ocurrido en el primer asalto bancario de la banda que ahora lidera. Se había convertido en jefe de un grupo de asesinos. “Si alguien le hubiese preguntado si las cosas pudieron suceder de otro modo, habría respondido que no”, dice el narrador.

La novela se construye con el destino de tres personajes –Luis, Jaime y Johnny– que se cruzan al día siguiente de Nochebuena sin saber que, desde hace mucho, los hilos de su vida estaban hecho un nudo. Es la historia de ese nudo lo que la novela nos va a contar... Luis era el más metódico, calculador, sabía dónde quería llegar. Desde que ingresó a la red internacional de narcotráfico supo que ese era el camino que el destino le puso para alcanzar sus objetivos. Jaime iba directo al abismo, pero sabía también que no lo podía evitar. Se hizo drogadicto. Los tres no eran más que muchachos recién salidos de la segundaria cuando se fueron a una playa remota, a divertirse unos día. Allí encontraron los paquetes de cocaína. El detalle me parece importante, porque le da un cierto tono de crónica a la novela, si nos acordamos del hecho real ocurrido hace unos años en Cuajiniquil, donde llegaron flotando los paquetes de cocaína abandonados por los traficantes en el mar.

Ese “amarre” a una historia real se complementa con el escenario elegido para ubicar la historia: Sabana norte, el colegio Saint Clare… Todo esto le da, desde el inicio, un tono testimonial, de “crónica” de una generación. Los personajes son personajes de un escenario familiar, lo que, de algún modo, nos hace a todos parte de la historia.

Carlos Cortés habló de “Sotópolis” para referirse al mundo literario de Rodrigo Soto. Pero tuvo la precaución de decirnos que lo importante no era dónde estaba Sotópolis, sino qué quedaba de ella. Sotópolis está situada, como bien lo señala Cortés, en las ambiciones y fracasos de estos grupos sociales medios, que luchan por no desplomarse, “por perpetuar, o perpetuarse, en la promesa igualitarista, desarrollista y consumista de la sociedad costarricense de la segunda mitad del siglo XX”.

El Nudo es la ruina de esas aspiraciones. Empezando por el final, la vida de esos personajes que se encuentran en incidentes callejeros, al día siguiente de Navidad, es contada en retrospectiva. Poco a poco vamos sabiendo quién es cada uno. Probablemente ahí falta fuerza en el detalle, profundidad, que le insufle vida a los personajes.

Pero, insisto, toda la propuesta tiene el tono fatalista que determina la historia de una generación que nunca pudo escapar a su destino. De cierto modo, fue la rueda de la historia, con sus vueltas, la que terminó por enredar los hilos con que se tejieron los personajes. Es esa sensación de desencanto, de imposibilidad de cambiar el ritmo de esa rueda, la que está presente en toda la novela y que contrasta tan profundamente con los sueños que hicieron girar la rueda de la historia de una generación anterior.

Aquí queremos hacer un desvío en el camino. La propuesta de Rodrigo Soto se suma a intentos parecidos de otros escritores de su generación, aunque de otras latitudes. En estos mismos días leía “El año que rompí contigo”, del peruano Jorge Eduardo Benavides, que comienza: “En Lima, capital mundial de la desesperanza…” Es otro intento de pasar la vida a limpio, cuando la vida es aun joven para eso. En el mundo de Benavides, esa clase media busca la liberación en la lucha política. No en la locura de Sendero Luminoso, sino en la otra propuesta, algo más articulada, del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA). Pero el tema, en Benavides, es también el fracaso del intento.

Se trata de las percepciones de una generación que siguió a aquella que parecía pretender tocar el cielo con las manos, de una generación que nació después de la revolución cubana y era aun muy joven para seguir el mayo de París. Solo oyó hablar de los sueños de otra época. Pero le tocó crecer con la devastadora ola contrarrevolucionaria que se extendió por América Latina a partir de la segunda mitad de los 60 y duró cerca de un cuarto de siglo.

Me parece que esa es la generación que nos está hablando en este tipo de novelas, marcadas por la desesperación, el cinismo, un desencanto profundo. Me llamó la atención la cercanía entre Soto y Benavides, que probablemente no son los únicos de esa generación escribiendo sobre el tema.

En el mundo que les tocó vivir a sus prsonajes no habría podido ser de otra manera, nos sugiere Soto. El ámbito de la historia es estrictamente personal. Y, sin embargo, no están claras las fuerzas profundas que los atrapan y los destruyen. El relato, en tercera persona, termina por poner distancia entre los hechos y el lector, transformado en espectador de una crónica conocida, de lo que podría ser la crónica de su propia vida.

Nos da, Rodrigo Soto, el testimonio de esa época, y su voz, con su fuerza y su debilidad, se suma a nuestra literatura, que busca también, por caminos muy diversos, formas de expresión más acabadas.

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