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La Rayuela
Flora Ovares

En Gina, el relato de Rodrigo Soto publicado en octubre de 2006 en Cáceres, Extremadura, por la editorial Periférica, “Rayuela” es el nombre del bar donde la protagonista conoce a Ariel, quien será su marido. El texto apunta así a una posible interpretación, ligada en parte a las propuestas de Julio Cortázar.

Como en otras de sus novelas, Soto habla de un universo unido por hilos invisibles, una especie de telaraña de hechos conectados entre sí y que conforman dibujos, nudos, figuras en el espejo.

No importa que el simulacro, juego o tejido carezca de correspondencia en el cielo: el mundo de la rayuela presupone una totalidad y, sobre todo, la convicción de que cada movimiento tiene consecuencias en otro lugar u otra persona, o sobre uno mismo en otro momento del tiempo.

No se trata, tampoco, de un universo arbitrario. Las reglas del juego se han fijado de antemano pero existe aún alguna libertad. Hay una especie de destino que nos ata pero en el juego podemos crear escapatorias mínimas. Y la vida nos sirve para conocer y aceptar esas reglas, para jugar con ellas en el espacio dejado a las posibilidades humanas.

Por ejemplo, Gina no puede evitar la muerte de su padre ni la de su esposo pero sí puede concentrarse en su dolor y reaccionar conforme a su conciencia. Esta certeza la adquiere al final, tras haberse desplazado por muchos lugares y haber atravesado muchas situaciones.

En un punto hacia la mitad del relato, la protagonista sueña con que se eleva al cielo, en deliciosa evasión de los pasos terrestres. Como en todo sueño, hay un desdoblamiento: la que sueña y la que se ve a sí misma en el sueño. Al final del libro, Gina se desdobla de nuevo para enfrentarse, no al mundo celeste del vuelo, sino al terrestre del dolor y la muerte.

Este vaivén de la mujer en el espacio: hacia arriba, hacia abajo, de una casa a otra, de San José a Limón y de Limón a San José significa algo. Si del cielo del sueño debió descender empujada por la imagen sagrada, los viajes terrestres, los pasos de la rayuela, los únicos que ella decide, la liberan de sus fantasmas.

Al contar todo esto, el relato se construye a sí mismo como otra rayuela, otro entramado de viajes, pasiones y preguntas. Tal vez al dejar moverse los personajes en un mundo de reglas inventadas por otros, el escritor invente el reflejo de una rayuela celeste que no conocemos y que en la de menos no existe. Pero es el juego que nos fascina, el que nos permite enfrentar las irreparables ausencias.

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