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Cuatro nuevos relatos de Rodrigo Soto
Carlos Porras

Tras cinco años sin publicar, el autor de Mundicia y Dicen que los monos éramos felices, entrega una colección de cuatro relatos bajo el título de “Figuras en el espejo”. En este nuevo libro, Soto, uno de los narradores con mayor vigencia en la actualidad, se dedica a observar la vida y los pensamientos de una caravana de personajes solitarios y conflictivos, ya recurrentes en su obra.

El libro se abre con dos citas. La primera de Heráclito, afirma: “El carácter del hombre es su destino”, pero la segunda, de Kierkegard, quizá sea la que mejor disponga el ánimo del lector que se dispone a entrarle a Figuras en el Espejo . El epígrafe reza: “La vida se vive para adelante pero se entiende para atrás”.

Los cuatro relatos que nos acaba de entregar Rodrigo Soto son, ante todo, un intento de comprender la vida de la única manera posible: echando un vistazo atrás, volviendo a ver el camino recorrido con la distancia que dan los años.

Si hay una sensación que se mantiene a lo largo del texto, es la de que los personajes no tienen vida real, sino que (salvo, los niños del inicio), desempeñan el papel que se supone deben representar, aun con cierta confusión y desconcierto. . A los jóvenes intelectuales universitarios no les interesa tanto ser “progres” como parecerlo. Gina quiso ser buena mujer, buena madre, buena esposa y Oswaldo, encarnó su papel de Casanova, aunque de cada romance saliera más lastimado que del anterior.

Figuras en el Espejo es una novela formada por cuatro relatos autónomos, auque interrelacionados. En el primero, titulado los “Los petroglifos”, una pandilla de niños de familias acomodadas monologan, cada uno por aparte, acerca de sus preocupaciones, sus pasatiempos favoritos y de sus descubrimientos que, como todos los niños, van observando en el mundo que los rodea. Tienen su lugar secreto, una especie de claro al lado del río en que hay un petroglifo, donde realizan sus mayores travesuras y ceremonias de iniciación. Ser niño no es muy complicado, es estar siempre con los ojos abiertos, es sacar conclusiones, a partir de la información, casi siempre escasa, a la que se tiene acceso. Ser niño es jugar, establecer vínculos de complicidad con los más afines y ser cruel con quienes no lo son. Poco les importa, a los niños de este cuento, que el papá de uno de ellos vaya a ser ministro o que la hermanita del otro haya tenido innumerables operaciones en la pierna. Les basta con acompañarse, disfrutar de su vida en familia y sus programas de televisión favoritos y en su lugar secreto mirar los petroglifos y excavar en busca de pedazos de arcilla.

Los personajes del segundo relato,”Figuras en el espejo”, están muy lejos de la candorosidad, la inocencia y, ante todo, de la autenticidad de los niños que, apenas unas páginas antes, eran ellos mismos. La dulce infancia en los años setenta, se transforma en vida universitaria en los ochenta. En una fiesta de intelectualoides, los asistentes tratan de dar una apariencia de profundidad a sus conversaciones que no hace más que recalcar lo frívola y falsa que es su pose de intelectual consciente y comprometido. En el fondo, los asuntos que de verdad los preocupan son inmediatos y cotidianos, pero se sienten en obligación de tirárselas, además de cultos y solidarios, de emocionalmente fuertes.

“Gina” es el título del tercer cuento así como de su protagonista, una mujer fuerte, de gran voluntad, pero con mala suerte. “Juro que durante años me propuse ser una buena esposa”, declara Gina, quien inmediatamente afirma que su concepto de “buena esposa” no es el de una imbécil, ni una víctima modelo, sino la de una madre con muchos hijos revoloteando alrededor. Encontró un hombre con quien compartir (o creyó compartir) ideas y aspiraciones, pero el destino se encargó de jugarle una mala pasada y hacerla descubrir que la felicidad no está a la vuelta de la esquina. En esta incursión en la psicología femenina, resulta particularmente conmovedora la escena en que su madre le muestras las únicas cuatro cartas posibles en el futuro de la mujer: la muda que escucha y atiende, la preguntona que atrasa, la antagonista necia pero necesaria y la parlanchina histérica y solitaria. Gina, naturalmente sentía que no habría podido desempeñar ninguno de esos cuatro papeles y, aun pagando un precio muy alto, intentó construir su propio proyecto de vida, que finalmente se vio truncado.

“El tigre frente al aro de fuego” es la narración que cierra el libro. En ella, el personaje principal es Oswaldo, un hombre que desconfía de la palabra amor, pero negándose a aceptar que su futuro es ser un solitario, insiste en involucrarse en relaciones intensas y fugaces que, lejos de placenteras, acaban siendo destructivas. Oswaldo es un cínico que descubre que las armas con las que se defiende del mundo permanecen afiladas incluso en su madurez. Resulta interesante la alegoría de que, de la misma forma en que el tigre del circo salta a través del aro de fuego, para caer, después frente a un aro similar que también tendrá que saltar, así el Casanova, pese a todos los fracasos sentimentales que acumule en su pasado, no puede resistir la tentación de saltar otra vez ante cada desafío que se le ponga enfrente.

Si bien es cierto que en los cuatro relatos de Figuras en el Espejo encontramos diversos pretextos para reflexionar, hay que apuntar que, ya en el plano estético, se sienten grandes irregularidades entre ellos. Los últimos dos relatos son mucho mejor logrados que los dos primeros. En el de los niños se siente una atención excesiva por lo libidinoso y la verdad es que los asomos de situaciones o expresiones con carga humorística resultan demasiado calculadas como para surtir efecto.

Los monólogos del relato inicial, por otra parte, son quizá más extensos de lo aconsejable y en más de un caso resultan repetitivos. Algo similar podría decirse de los otros cuentos. Por interesante que resulte el tema que se trate, se percibe una insistencia del narrador sobre ciertos puntos que hace que la atención decaiga. En algunos momentos, incluso, el narrador entra a valorar éticamente a los personajes o a su entorno, restando con ello la libertad del lector de ir construyendo su propia valoración.

No es éste el espacio apropiado para analizar, a profundidad, la forma en que Rodrigo Soto manejó la psicología femenina o la figura del Don Juan pero, independientemente de la percepción que se tenga de los resultados, Figuras en el Espejo es un libro que merece ser leído y analizado con detenimiento.

Tiempos del Mundo, agosto 2001

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