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“La estrategia de la araña”
Carlos Catania

Acostumbrados a una literatura que, en la mayoría de los casos, comete el viejo pecado de “reflejar” la realidad social o, lo que es peor, las costumbres y sentimientos de las buenas gentes, envolviendo todo entramas desprovistas de pasión y de locura, una novela como “La estrategia de la araña”, de Rodrigo Soto, permite conservar esperanzas respecto al futuro de la incipiente literatura costarricense. Veamos por qué. En primer lugar, Soto se inicia como un cuestionamiento en carne viva, condición indispensable antes de “operar” sobre un mundo del que no se tiene ni siquiera idea, sino sólo reflejos dorados y dulzones, cantos de sirenas. A partir de aquí, se puede aguardar cualquier cosa. Ya posee el pasaporte que sólo un representante lúcido de la condición humana tiene derecho a exhibir. Los países que visite de ahora en adelante, serán de su absoluta responsabilidad, y el lector tendrá derecho a exigirle algo más que paisajes y monumentos.

En algún lugar escribí hace algunos años, que quien desconoce la Ciudad no puede escribir una línea ni forjar planes extremos. Pero conocer la Ciudad significa, en este caso, un viaje a través de sí mismo. Sólo basta caminar y la ciudad desaparece. Pero aparece la Ciudad, con su rico ambiente de sordidez, que la ciudad exterior oculta, de la misma manera que la dura capa de piel y los gestos cotidianos escamotean las grandes tribulaciones del alma.

Rodrigo Soto lanza como una piedra, a su Ricardo Morúa y el primer mito con que lo enfrenta es el hermafrodita, símbolo de la ambivalencia, de “auto-infierno”, dialéctica casi diabólica del estar en el mundo, como testigo, vale decir como mártir. E protagonista carga una firme sensación de desasosiego, la conciencia de presenciar una Gran Farsa, y partir de aquí, el lente óptico está teñido de una luz rebelde y dolorosa. “Sentado en la banca de un parque, me percaté de aquella idea, la premonición de la catástrofe, seguía ahí, latiendo escurridiza, agitándose en una gestación que yo ignoraba, que no podía controlar”.

Las realidades no visibles latentes en las profundidades del ser humano: la pesimista y a la postre creadora visión del universo, representada por la”consumación del rito” de la araña , empuja a Soto por aquel “camino tangencial y embarrado, y tuve la certeza de que algo definitivo había de sucederme ahí”. La Ciudad es protagonista, y mediante ella se manifiesta la rebelión metafísica y social, el malestar del Hombre, la conciencia del Error. Por eso la novela de Soto es un itinerario, y no hace concesiones a las estructuras de práctica.

Cuando se piensa que ha sido escrita por un muchacho de veintitrés años, un cierto calor tonificante nos envuelve. Pero (Según señalé en la contratapa del libro) “La estrategia de la araña” me interesa profundamente por razones que van más allá del talento y la juventud del autor. La novela de Rodrigo Soto revela, en primer término, una voluntad creadora sólida, completa. Soto pertenece a una generación cuestionada, en una cultura que comienza a cuestionarse. Va de sí mismo hacia fuera; nunca se viste con el ropaje de los problemas. Sus lecturas y su experiencia vital (trabajó como peón durante meses en los bananales, le permiten escudriñar con ojo totalizador, desde un interior lúcido y atormentado, la realidad a menudo indiscernible, en que sus criaturas se debaten, sobreviven o perecen. El lenguaje está teñido de esa inconfundible desesperación, patrimonio y condena de los buceadores del alma humana, y toda su obra respira una auténtica atmósfera de búsqueda e interrogación.

La Nación, 1985

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