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Lo real y Rodrigo Soto
Carlos Cortés

Desde hace años he defendido la hipótesis, si puede considerarse como tal, de que las novelas de Rodrigo Soto postulan una explicación general del mundo mientras que sus cuentos y relatos breves son mundos particulares. Sus novelas, metafísicas o filosóficas como La estrategia de la araña , o paródicas y sardónicas como Mundicia , y alguna otra que leí y que no llegó a la imprenta en su forma original, son lo que en los seguros y tranquilizadores años preapocalípticos del “ sartre cillo valiente” llamábamos “novelas de tesis” (o con tesis). No son novelas con moraleja incluida sino con metáfora incluida, que es el último recurso de un buen escritor: crear una imagen de su tiempo, verosímil o no, pero no un manual de instrucciones de la vida (salvo que se haga en sentido paródico o se tenga mucha confianza en la vida). Pero, como sabemos, ya no tenemos ni mucha confianza en la vida ni mucha confianza en la literatura.

A esas primeras novelas de Rodrigo yo también las podría llamar con una término que me gusta más: novelas de duda –o de dudas-, de indagación o de la perplejidad – antes dudaba, ahora no sé , como decía hace años una calcomanía existencial-. Pero yo siempre, como lector, me quedé con las perfectas máquinas de narrar que son sus cuentos.

El nudo, en relación con lo dicho anteriormente, es una obra de madurez. Sé que madurez es una mala palabra para cualquiera nacido antes de 1964 –Rodrigo y yo datamos de 1962- y que aún tenga próstata y quiera ejercerla. Y que es una palabra aún peor, tétrica, terrible y tenaz para Rodrigo, quien cultivó hasta hace poco, en la literatura y en la vida, el mito de Peter Pan, y muchos de sus personajes son adolescentes en vías de redención hacia lo irreparable, hacia la aceptación del paso del tiempo y sus abismos. Pero lo siento: El nudo es una obra de madurez y abre un paradigma nuevo en la narrativa de su autor.

Esta es la primera obra en la que el autor logra, por un lado, darnos una imagen total del mundo –fatalmente fragmentaria, por supuesto, pero que es total gracias al ardid del universo narrativo- y al mismo tiempo involucrarnos en la vida personalísima de cuatro personajes cuyos trazos, hitos, desgarraduras y caídas están magistralmente hilvanados en un, por supuesto, nudo , o, yo preferiría decir, una trama, una red, en lo que es la última analogía que nos tributa el texto y que lo clausura: “ Mientras tanto, en algún resquicio del pasado, como si también estuviesen atrapados en el tiempo… continúan batallando bajo la luz del sol indiferente, para librarse del trasmallo que algún pescador del pueblo tendió entre dos árboles… Escuchemos la percusión inconfundible –sigo leyendo-, como de piedrecillas que se quiebran, de sus conchas cuando chocan entre sí ”.

Esa percusión, ese entrechoque de sutiles maniobras de salvamento vital, es lo que conforma, ya lo habrá adivinado usted, el tejido fundamental –el nudo- de la narrativa de Rodrigo Soto. Nuestro escritor ha logrado, en palabras del escritor argentino Ricardo Piglia, hacer que la forma del relato sea justamente su contenido. Por supuesto, y esto también lo habrá adivinado usted, es parte de la estrategia del cuentista y no del novelista, pero es que Rodrigo es esencialmente un narrador. En este punto de mi exposición me detengo un momento y me pregunto: bueno, ahora, ¿debo desenredar los hilos para que ustedes, que, supongo yo, aún no han leído la obra, sepan cómo está construida y yo termine volviendo receta lo que es una lograda imbricación de fondo y forma, de tiempos verbales y de planos temporales? ¿Debo matar el deseo del lector? ¿Debo matar mi propio placer de leidor que consiste en descubrir poco a poco cómo ese dibujo se va completando conforme avanzo en la trama, en la trampa, en la niebla de palabras? Sí y no.

El nudo es una novela sobre la construcción de lo real y esta clave de lectura se nos revela desde la primera frase y no nos abandona hasta el final: “ Aquí sucede solo lo que yo escribo, pero sin tu ayuda nunca llegaremos al final… Nada sucedería. Solo tu deseo y mi palabra, o tu palabra y mi deseo, o lo que nace de su encuentro, puede dar inicio al tiempo, poner en movimiento los hilos de la trama y empujar al sol para que continúe su lento pero incontenible ascenso ”. Este arranque narrativo nos condensa ya desde el principio –me he saltado, por supuesto, los elementos anecdóticos- todo lo que sucederá –o no, por supuesto, si no se lee- pero también nos dice la concepción del relato, del tiempo narrativo y también la definición de la literatura que nos propone el texto. Como sabemos, cada novela, a diferencia del cuento, postula una teoría de la literatura. A partir de aquí, diría Piglia, las decisiones éticas se convierten en decisiones estéticas. O al revés. El truco está, por supuesto, como cualquier truco, como cualquier artificio, en que no se note, en que no se vea, y Rodrigo se ha esforzado porque los lectores corran ansiosamente por el plano de las acciones y de los personajes sin olvidarse del todo del dibujo, porque uno y otro son lo mismo. Esto hace que El nudo no se lea como una novela, aunque lo sea, sino que se lee como un cuento, con la tensión que le ofrece la narrativa breve y sin traicionar nunca sus ambiciones de fuga, de ir más allá, que es el sino imposible de la novela. El fantasma de la forma. ¿Dónde está la fuga? ¿Dónde está la digresión? De nuevo en la trama: los personajes son ellos mismos y al mismo tiempo conforman un retrato social. Están llenos de marcas, reales y simbólicas, y de marcas de época, de una época que Rodrigo lucha por volver real y que va del colegio Los Angeles al Saint-Claire, de una taxonomía femenina -“…ambos acudían atraídos por las carajillas púberes primero, por las hembrillas , las ricuras , los hembrones y las mamazotas después”- a las guitarras, motos y carros y otras encarnaciones del deseo, de Sonia de los Angeles Salas Centeno, 13-3-62 –la pulsera de uno de los personajes- a Simplemente María –una empleada con nombre de telenovela- de los frisbee a las pistolas automáticas. De la economía del lenguaje a la economía de las relaciones de producción: “ …en el lenguaje de Norma figuraban a menudo expresiones como ‘polo', ‘maicero', ‘piso-e-tierra', ‘choyado', y tantas otras que, de manera despectiva, aluden a la diferencia social. Ella podía decir que ‘fulano es polititico', o bien burlarse de zutano porque ‘su tata es medio maicerillo' (lo diría tratando de imitar el estereotipo del cantadito campesino)”. De las espinillas en un rostro púber a las mutilaciones en la edad adulta, de la crisis existencial de la adolescencia a la crisis moral de una sociedad entera.

Creo que si esta no es la novela definitiva de una época, o, más bien, de una clase social en una época determinada y en un momento de ruptura, será al menos un texto ineludible de ese nudo crítico –hito, crisis, herida, cuajo- de la sociedad costarricense.

Rodrigo nos sitúa en un territorio que conoce bien y que yo no dudaría en llamar sotópolis , pero no se resigna a seguir las huellas conocidas de esa geografía de la pasión –que nos ha ido contando en sus mejores cuentos y relatos- sino que profundiza en sus entrañas y en sus sutiles coyunturas, al ofrecernos una síntesis de una generación y de sus sueños: “ Estos sentimientos, este mundo de afinidades y antipatías, de rechazos e identificaciones, se desarrollaba y crecía al calor de los encuentros ya nunca más casuales en el salón de patines o a la salida de la iglesia del Perpetuo Socorro; de las caminatas nocturnas por las calles bien asfaltadas y alumbradas de Sabana Norte; de los primeros bailes, los primeros noviazgos y las primeras borracheras; de las conversaciones interminables y reiterativas sobre carros, sobre motos, sobre aviones y películas; de los juegos de mesa o de naipes en el rellano de una casa siempre parecida; de los partidos de fútbol, de básquel o de volleyball en la éspera calle o en el césped bien cuidado de la quinta de los Esquivel, y de los chapuzones en su piscina; de los cuentos, los recuentos, los dimes y diretes que iban y venían conforme a las muchachas se les llenaban los pechos, y a los muchachos, que los contaban impacientes, los vellos en los pubis les terminaban de crecer; de las canciones y los grupos musiclaes de moda, y los nuevos programas de televisión; de la muerte repentina de un abuelo o de la tía remota de algún vecino; de los exámenes parciales y trimestrales y finales, y de suhorrible tiranía; de las vacaciones de medio período y de fin de año, que se encendían y apagaban marcando las únicas dos estaciones que de verdad existían ”.

¿Dónde queda sotópolis ? Lo más importante no es dónde queda sino qué queda de ella. Sotópolis está o estuvo en el ensanche urbanístico que se dio a finales de los cincuentas hacia el este de la ciudad y que desembocó, hacia debajo de la escala social, en los Hatillos, y hacia arriba, en la reciente miamización de Escazú. Pero Sotópolis está más bien situada en el trapecio de la clase media, a veces media –media media- y a veces alta y en los complicados intersticios que escapan de las estadísticas sociales y que son, justamente, el laboratorio de experimentación de la literatura. Sotópolis está, en una palabra, en las pretenciones, en los anhelos, en las ambiciones y en los fracasos de estos grupos sociales por no desplomarse pendiente abajo y por perpetuar, o perpetuarse, en la promesa igualitarista, desarrollista y consumista de la sociedad costarricense de la segunda mitad del siglo XX:

“ La imagen de los caricacos que cargan a cuestas su pesada concha como una cruz patética y defore, y que con torpes movimientos oscilan entre los hilos del trasmallo para enredarse cada vez más en ellos, bajo la luz del sol indiferente, captura momentáneamente su atención, y por unos instantes Luis se olvida de todo –de la cocaína que sin saber muy bien por qué está buscando; de sus amigos que hacen lo mismo; del mar y la playa; y hasta de su propio pie, asimismo enredado entre los hilos-, como si esa imagen fugaz, inofensiva, fuera una metáfora (o para Luis –poco versado en asuntos retóricos-, un signo, la señal de algo incomprensible, quizás un augurio), como sucedía en los libros quél nunca leía, pero también en las películas de cine que pasaban por las noches en televisión, o en las que de vez en cuándo iba a ver con sus amigos al Rex o al Metropolitan ”.

¿Qué quedó de Sotópolis, es lo que hay que preguntar? Eso es lo que se pregunta El nudo desde las heridas esenciales de un grupo de cuatro personajes que persiguen sus sombras en una promesa de felicidad. Yo, que no tengo talento para lo cotidiano, o que no lo resisto, no puedo dejar de conmoverme ante la destreza del autor para construir sus personajes, especialmente los femeninos. Algunos son inolvidables y seguirán siéndolo en la historia de la literatura costarricense, desde la mujer que no fue en “El otro vértice” –de Mitomanías - a la Julia de “Julia en el agua” –de Dicen que los monos éramos felices - y al más perfecto de todos, perfecto en sus imperfecciones, contradictorio en sus contradicciones, que es Gina, de la primera y de la segunda versión de Figuras en el espejo.

No puedo evitar citar cómo Rodrigo retrata algunos de sus personajes por sus estados de ánimo. Sonia, uno de los más logrados, es definida así: “ Masticaba su desdicha haciendo con ella una pasta amarga, un líquido espeso que bebía a sorbitos, con paciencia asesina y rencor depurado ”. Luis se casa con Ana Díaz, quien tenía para él “… la virtud invaluable de ser muy callada. Nunca la amó, y si con los años le dio dos hijos, fue para anudar sus apellidos con los de aquella familia, cuyo prestigio superaba en mucho a su fortuna. Aún así, supo hacerla más infeliz de lo que ya era…” De Norma, la normal, la norma social, el reverso de Sonia, se comenta: “ Lo más difícil era hacer el amor; se le hacía ridículo entregarse cuando no tenía nada que dar …” Del mismo personaje, dos años después, cuando su vida sufre un cambio total: “ Esta vez, la pasión que la poseyó no fue instantánea. Fue un cortejo más lento pero también más sostenido. Regresaba de las sombras de la muerte, y no estaba dispuesta a permitir que le arrebataran los jugos de la vida. Se sentía fuerte y poderosa, y se sentía madre aún antes de haber parido… una fuerza de la naturaleza, un animal de la selva dispuesto a defender lo que carga en sus entrañas…”

¿Por qué a veces, en sus libros anteriores, los personajes femeninos de Rodrigo Soto son apenas una línea, unas frases, un contorno, una silueta que se escapa, una escena entrevista y no del todo entendida por un niño o por un adolescente detrás de una puerta? “La sombra tras la puerta”, de Mitomanías , uno de los modelos de la cuentística costarricense, sigue siendo una buena definición de su narrativa breve. Precisamente porque son cuentos y los cuentos de Rodrigo Soto se definen más bien por lo que callan o no dicen del todo.

En El nudo los protagonistas no pierden intensidad, no pierden verdad interior, son actores de un juego que va hasta sus últimas consecuencias, pero que solo a veces comprenden y a la vez los define. Norma, después de pasar por el peor momento de su vida, vuelve en sí misma: “ Se rompía al fin la sensación de irrealidad que la envolvía, haciéndole creer que su vida y todo su mundo no eran más que un juego de sombras proyectadas en la imaginación de un desconocido. No: su existencia era real, y su hijja crecería y viviría en un mundo con reglas claras, no en uno sujeto a los designios y caprichos de un fabulador antojadizo ”.

Esos personajes han dejado de ser irremisiblemente “figuras en el espejo” para ser depositarios de sus propios deseos, frustraciones y fracasos, en un profundo análisis psicológico y hasta lingüístico de su cultura y de su moral, y no tienen más remedio que luchar desesperadamente por volverse reales, por aceptarse como reales, y por convertir sus ilusiones en realidades.

De Sonia se dice: “ De pronto su vida parecía real. ¡Qué lejos estaban sus años de zombi, los años perdidos en aquel horrible sentimiento de irrealidad!” Johnny, cuando finalmente acepta su destino, es como si se viera por primera vez en el espejo y se desnudara ante sí mismo: “… se preguntó si aquello eral real, y para su asombro, para su sorpresa absoluta y repentina, tuvo que admitir que sí, que aquél hombre estaba muriendo, y que él se había convertido en líder… -omito el dato anécdótico-. Entonces, a sus ojos, todo había terminado: aunque su vida aún no llegaba a su fin, su destino estaba consumado. Si alguien le hubiese preguntado si las cosas pudieron suceder de otro modo, habría respondido que no ” Esa imposibilidad de resistirse a lo que ocurre, a la veracidad de los hechos, es el mismo proceso que sufre el lector: la trama está construida por el entretejido de esos personajes en busca de la promesa que les concedió el pasado. Si antes eran sus ilusiones, los que en la adolescencia los volvía reales, ahora es la pérdida de las ilusiones antiguas y la resignación a la nueva condición de seres contradictorios. También le sucede a Luis: “ La tarde en que se vio por fin sentado en su curul de la Asamblea Legislativa, vestido de traje oscuro y con un micrófono adelante, entrevió la posibilidad de que lo que estaba viviendo fuera algo más que un sueño, y sintió por un momento que su vida era real ”.

Ese es también el camino que ha surcado la novelística de Rodrigo Soto: un viaje desde el simbolismo y desde la imposibilidad de una forma narrativa total –que ambicionó en sus dos primeras novelas- hacia el realismo y el retrato social de una época de cambio. El nudo traspasa las puertas de Sotópolis como ninguna obra anterior de su autor y se interna en la incertidumbre del presente. Pero, también por primera vez, sus personajes aceptan la dura cuota de realidad que les corresponde y probablemente en eso consiste su proceso de madurez. También es una definición del papel de la literatura en el mundo contemporáneo: hacer real el mundo, aunque sea aceptable o inaceptable, o aunque lo que veamos no nos guste. Los personajes luchan, se resisten a ser tragados por esa “inevitable levedad del ser”, por esa ingravidez de la existencia, que apresó la narrativa -¿o toda nuestra sociedad?- costarricense durante una parte de la década de 1980, y deben aceptar su destino. Ese destino se les revela de la manera más inesperada, ante un hallazgo casual en unas inocentes vacaciones de playa. Y este acontecimiento, que transforma al mismo tiempo a los personajes, a la sociedad y al aparato narrativo, lo revuelca todo sin revolcarlo, como ocurre todo en el país en que no pasa nada: “ Jaime fue en la tarde. Había estado jugando básquetbol sin conseguir ahuyentar de su ánimo la sensación de que, aunque saltara hasta tocar el aro, se hundía en el fango. Fueron dos o tres horas bajo un sol dudoso tras las nubes. El tiempo estaba pensativo, y ahora asomaba el sol, ahora se oscurecía y caía una llovizna leve. Jaime falló lances que nunca hubiese creído. Jugaba agrio y desconcentrado, con el ceño fruncido. Renunció al juego y ese ensimismó en su cuarto. Tendido de espaldas en su cama, vio, del otro lado de la ventana, una grieta de cielo asombrosamente azul, que resplandecía entre las nubes cansadas. Como si fuese una indicación o la señal esperada, rebuscó entre los adornos navideños, sacó uno de los paquetes guardados, raspó con una cucharilla el contenido y, antes de inhalarlo, lo contempló deslumbrado por la pureza de su color blanco. Luego fue directo hacia la ventana para comprobar que el azul llameante del cielo no se había perdido. Rescató la pelota de las tinieblas bajo su cama, y regresó, dueño de la tarde, a la cancha de básquetbol ”.

Pero de esta realidad real de los personajes la novela alcanza, con prodigiosa lucidez, hasta la irrealidad del entorno y finalmente a la irrealidad del mundo contemporáneo, sin desligarse del todo del retrato de una generación, de una época y de una sociedad. En una de las páginas magistrales, al menos para sí, de El nudo , se dice: “ También lo que sucedía en su país les resultaba dudoso y ajeno. Se hablaba de muchas cosas; de pobreza y de corrupción, de privatizar y de modernizar; de ladrones, de inmigrantes, de traficantes, de extrarrestres, de fútbol. Era tanto que todo era igual. ¿Qué era verdad? ¿qué era mentira? Daba lo mismo saber o no saber, creer o descreer… Todo parecía borroso e irreal. Solo a veces, cuando se sacudía la tierra o un huracán rozaba la costa, la vida y la muerte recuperaban su incontestable realidad. Pero esto era fugaz, y pronto los volvía a atrapar la marejada en la que vivían como dentro de un sueño, y el ruido y el agotamiento, la saturación de todos los sentidos y el revoloteo incesante de imágenes vacías, lo tornaban todo ilusorio”.

No todos, por supuesto, quieren seguir pensando que la existencia es ese encadenamiento entre el pasado, el presente y el futuro. Para Luis, el hombre que cambió su Honda Enduro por una Kawasaki 500 y luego por un BMW negro y después por su carné del Colegio de Abogados, “el el pasado nunca existió: toda su vida, incluyendo la vida de sus padres, era una huida de él. Para ellos solo la inmensa llanura del presente existía, y el futuro no podía ser otra cosa que su prolongación, una versión ampliada y superada por un efecto acumulativo”.

El descubrimiento de la novela es esa imagen precisa, en movimiento, que salta del pasado al presente, de una generación que se ha reconciliado ya no con las imágenes colectivas de la sociedad costarricense sino que las ha visto disolverse entre las manos. Por eso el relato transcurre del plano individual al plano social y de ahí al plano existencial de la globalidad, en una búsqueda incesante de la verdadera realidad o de fragmentos de realidad que le devuelvan sentido a la existencia. Las preguntas a las que nos enfrenta el texto, más allá de lo anecdótico, son: ¿cómo nos volvemos reales en un mundo irreal? ¿Cómo se construye lo real sin imágenes colectivas?

El rudo es un homenaje a esa alianza rota entre la existencia y el sentido, entre el pasado ilusorio y el presente que debe ser aceptado como única base real de la vida cotidiana. Nos recuerda el drama de nuestra existencia actual: vivimos en un mundo irreal, que desconocemos, y solo sus fracturas –el enfrentamiento con el espejo de la muerte, sobre todo- nos recuerda que seguimos siendo reales: “ Todo sabían que más allá de sus vidas sucedían cosas, aunque su importancia les resultara dudosa. A veces permitían que la espuma de las grandes corrientes que agitaban los tiempos humedeciera su piel, haciéndolos sentir partícipes de todo aquello. en las pantallas de los televisores se agitaban como peces irreales imágenes de guerras, matanzas y revoluciones; los imperios se desvanecían y fabulosas fortunas se evaporaban en cuestión de segundos, arruinando la economía de países otrora poderosos; tiranos envejecidos eran fusilados un día de tantos por los mismos que anteayer los adulaban; gigantescas hambrunas y epidemias arrasaban con la vida de millones; locos y fanáticos encendían la pasión de multitudes ávidas de alguna esperanza; desencantados y delirantes se suicidaban en masa, haciendo de su muerte un espectáculo público; decenas, centenares y miles de especies animales y vegetales desaparecían velozmente de la faz de la Tierra; armamentos cada vez más poderosos –como engendrados por la imaginación de un genio perverso-, se hacían realidad ante sus ojos incrédulos ”.

Realidad, realidad, ¿qué es la realidad? La novela no lo define. El nudo es ese punto de unión, que por primera vez se resuelve en la narrativa de Rodrigo Soto, y que pocas veces se ha anudado tan bien en la narrativa costarricense, que va de la historia particular a la historia social y política. Es también un proyecto de literatura: los seres individuales se hacen reales en el contacto con la historia de una época y de una sociedad.

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