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Una obra inquietante
Arnoldo Mora Rodríguez

El autor no necesita presentación. Sus obras anteriores lo han revelado, junto con Carlos Cortés, como de los mejores representantes de la más joven generación de escritores costarricenses. Al llegar a los treinta años, Rodrigo se ve invadido de un cierto malestar existencial que lo lleva a preguntarse por su-ser-en-el-mundo, como diríamos los filósofos, y Rodrigo ha seguido la carrera de la filosofía-que fuimos formados en la Europa de los sesenta, época en que todavía vivían y nos deslumbraban los maestros clásicos del existencialismo: Sartre y Heidegger, Jaspers y Marcel, Zubiri y Abegnano y aún llorábamos las prematuras muertes de Merlau-Ponty y Camus...

Todo esto me vino a la memoria al leer estas breves y desestructuradas páginas-quizás las primeras que en nuestro medio respondan a lo que podríamos llamar una literatura postmoderna-que Rodrigo Soto tituló Mundicia y que al final del año pasado, fueron objeto de una presentación(¿?) en el Centro Cultural Español, en el que participamos Carlos Cortés y yo junto con el autor y la anfitriona, Doña Clara Ballesteros.

La evocación de mis años de estudiante universitario, me hizo sentir la distancia abismal que separa la sensibilidad de ambas generaciones. Nosotros creíamos en una literatura comprometida, angustiada precisamente porque nuestra convicción más sentida era que, a través de la letra y el pensamiento, podíamos y debíamos cambiar el mundo y escribir la historia. Nadie como Sartre nos enseñó eso. Éramos iconoclastas porque nos sentíamos solidarios. Alguno de nosotros se imaginó, incluso, revolucionario.

El universo cultural que revela la novela-ensayo con sabor autobiográfico-de Rodrigo Soto, tiene en común con el talante de mis tiempos ese sentimiento de tener que construir una existencia en un mundo extraño y enajenado....Pero hasta ahí llega la similitud. El universo que refleja nuestro autor es de enclaustramiento en la palabra que se agota en sí misma (¡manes de J.L.Borges!), en un mundo que se asume desde el principio como un destino fáctico más que como una tarea autoconstructora, y en un pensamiento que se hace sobre la marcha sin explícitas pretensiones de trascendencia histórica.

Lenguaje y metalenguaje se entreveran indisolublemente en una filigrana formal que no trasciende el hecho lingüístico. Nominalismo y subjetivismo se construyen teniendo como trasfondo una actitud rayana en el nihilismo, pero que se redime a través de escasos pero bellos momentos de intimidad erótica, evocados en páginas de lírica intimidad y prosa poética.

Obra inmadura e inquietante de un autor que tiene el mérito de darnos, el primero, el testimonio de una generación que nace.

Semanario Universidad, 1992

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