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Por fin un viaje al interior
Anacristina Rossi

Nadie duda del talento de Rodrigo Soto como cuentista. Desde Mitomanías hasta Dicen que los monos éramos felices , sus cuentos son tersos, complejos, sorprendentes, bien armados. En ellos se insinúan horrores profundos, teorías interesantes, anhelos extraños. Pero no pasamos de ver estas cosas en la superficie, y eso es frustrante. Un ejemplo es el cuento Julia en el agua . Julia y el narrador de catorce años son personajes densos, fascinantes. La situación en que se conocen es creíble y muy interesante. Una quisiera por ejemplo que Julia desarrolle página tras página lo que ella llama "la desnudez de los seres vivos", "la precariedad que iguala a los humanos con las lagartijas y los insectos". Allíse insinúa la interioridad de un personaje que nunca se logra, pues el cuento termina media página después.

Para resumir, los cuentos de Rodrigo dejan la impresión de que podrían ser novelas si se atreviera a romper la compleja superficie de sus personajes y sus situaciones.

El compromiso

Pero para hacer esto, hace falta comprometerse con la profundidad. Es posible que para que un escritor pueda romper la superficie y llevarnos a bucear a las profundidades, primero deba bucear dentro de sí mismo. Es por eso que celebro este nuevo libro de Rodrigo Soto: Figuras en el espejo . Es su primer buceo por su interioridad y es doloroso y hermoso. Pero quien se atreve a ver y mostrar su interior adquiere facilidad para ver en las aguas de los demás. Y aquí estamos hablando del narrador y de sus personajes.

Si sus anteriores libros de cuentos son esbozos de situaciones complejas en la superficie, este es un libro de compromiso con lo hondo. Tanto así que los cuatro cuentos pueden leerse como una novela cuyo punto de referencia constante es el hilo emocional de un personaje, de niño a adulto. El narrador, y por ende Rodrigo, se compromete con su interioridad y al hacerlo arrastra consigo la interioridad de otros y lleva al lector en un viaje hacia adentro.

Los petroglifos

Si vemos el libro como una novela en cuatro partes -quizás una novela de iniciación- esta primera parte es una bella obertura: los monólogos tersos pero desgarrados de seis mocosos de una pandilla de la burguesía. La pandilla es un prisma y cada uno de los seis lados echa luz hacia adentro y vemos un mundo familiar violento y cruel, terriblemente cotidiano y arbitrario. Gracias al compromiso con la interioridad de cada personaje, su fidelidad a sí mismo que es la fidelidad del escritor, se logra un lenguaje infantile lleno de estupor, de rabia y de ternura. Uno de los niños ha crecido y en voz off comenta, con un lenguaje poético y simple, las experiencias del niño que fue.

Figuras en el espejo

En esta segunda parte se nos confirma que es el personaje de la voz en off en la parte anterior el que lleva el hilo de la novela, pero no de este relato, que consiste en una reunión de cuatro personajes que nos ofrecen casi el mismo diálogo pero retomado cada vez por una voz diferente. Esto introduce grandes diferencias de perspectiva, diferencias interiores. A través de esos cambios de punto de vista, apuntalados en muy sutiles detalles, otro prisma se completa.

Gina

Aquí el personaje principal es una mujer, que a su vez fue uno de los personajes de la parte anterior, por lo que ya tenemos varias visiones de ella, internas y externas. Asombra en esta parte de la novela la capacidad que tiene el escritor para ponerse en el lugar de una mujer, y no solo en su piel sino en sus humores, en sus rabias y frustraciones, en su emocionalidad perturbadora.

El tigre frente al aro de fuego

Si bien esta es la parte menos trabajada de la novela, es la culminación del viaje hacia adentro del personaje principal, su descenso a los infiernos.

Quizás las mujeres estamos más acostumbradas a desnudarnos emocionalmente. Lo hacemos primero entre amigas, después nos atrevemos a hacerlo en novelas, poemas u obras de teatro. Allí llamamos a nuestras emociones, deseos y fracasos interiores con su verdadero nombre, sin disfraz de conveniencia.

Quizás el escritor varón que más se acerca a esta honestidad emocional sea Antonio Muñoz Molina -por ejemplo en Ardor guerrero -. Sin embargo, la maestría de su prosa y los espontáneos pero inevitables fuegos de artificio de su lenguaje son como un vestido que arropa en belleza su extrema desnudez.

En cambio, el narrador de esta parte del libro de Rodrigo Soto nos muestra su sufrimiento en estado puro. Es una educación sentimental -y por supuesto literaria- trabajosa, desprovista de glamour , pero fascinante. El personaje se explora en su inermidad. No racionaliza, no intelectualiza, no pretende. Tocamos directamente el tejido emocional.

Enhorabuena

Podría decirse que con este libro el escritor Rodrigo Soto rompe sus tabús y adquiere los instrumentos que le permitirán en el futuro seguir rompiendo superficies tensas, complejas y prometedoras para darnos esos largos viajes que se llaman novelas. O esos más cortos que se llaman noveletas, como este en cuestión.

Muchas gracias, Rodrigo.

Suplemento “Ancora”, La Nación, 2001

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