PINTURA (Los días y sus dones, 1980-2001)
La pintura es como el vino: la mitad del gusto consiste en hablar sobre ella.
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La relación –tan clara–, entre las pinturas de George De la Tour y de Velázquez… Esa agudísima penetración psicológica en medio de un esteticismo exasperante; la imposibilidad de sustraerse a la tradición cortesana y palaciega pero la actitud profundamente crítica ante ella; los personajes por fin humanizados, ya no exaltados ni magnificados por la emoción, sino aprehendidos aguda, y a veces amorosamente, por una mirada comprensiva, escéptica y serena. Es el lado luminoso de la modernidad: el individuo como ser trascendente e histórico, racional y corporal a la vez. Así, “El Ciego” de De la Tour aparece enaltecido en toda su miserable existencia.
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Los personajes de Leonardo da Vinci saben un secreto gozoso.
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Durante los siglos SXVI y XVII toda la pintura europea tiende a la “psicologización”, y para la psicología la atmósfera es todo: crear una atmósfera es crear un universo emocional. Los personajes de Vermeer están siempre íntimamente ocupados en algo, ajenos al pintor, y es así como el artista crea la atmósfera. En Rembrandt el claroscuro es lo que nos da la medida de su tensión emocional.
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La “madona” de Volterra, sobrecogida por la magnitud de lo que le espera, apenas madre y ya conciente del drama que ha de sufrir, sin ningún asumo de beatitud ni santidad, gravemente vuelta sobre sí misma.
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Plantearse como dilema el cultivar una pintura decorativa o no hacerlo, me parece una equivocación. El único, el verdadero dilema para el artista, hoy y siempre, es el de ceder al vacío del silencio o afirmarse en la voluntad de crear.
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Es un lugar común pero hay que repetirlo: la gran pintura tiene algo que escapa a las palabras; esa “magia”, ese “misterio” del que todo el mundo habla y que resulta imposible (además de inútil) definir. Uno tiene la impresión de no es algo en la composición, en los modelos ni en los colores –ni siquiera la suma de todo ello–, y que más bien se trata de la capacidad de transmitirnos “la verdad” de un personaje, de un momento, de una situación, sea lo que sea que esto signifique.
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La relación –tan clara–, entre las pinturas de George De la Tour y de Velázquez… Esa agudísima penetración psicológica en medio de un esteticismo exasperante; la imposibilidad de sustraerse a la tradición cortesana y palaciega pero la actitud profundamente crítica ante ella; los personajes por fin humanizados, ya no exaltados ni magnificados por la emoción, sino aprehendidos aguda, y a veces amorosamente, por una mirada comprensiva, escéptica y serena. Es el lado luminoso de la modernidad: el individuo como ser trascendente e histórico, racional y corporal a la vez. Así, “El Ciego” de De la Tour aparece enaltecido en toda su miserable existencia.
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Los personajes de Leonardo da Vinci saben un secreto gozoso.
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Durante los siglos SXVI y XVII toda la pintura europea tiende a la “psicologización”, y para la psicología la atmósfera es todo: crear una atmósfera es crear un universo emocional. Los personajes de Vermeer están siempre íntimamente ocupados en algo, ajenos al pintor, y es así como el artista crea la atmósfera. En Rembrandt el claroscuro es lo que nos da la medida de su tensión emocional.
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La “madona” de Volterra, sobrecogida por la magnitud de lo que le espera, apenas madre y ya conciente del drama que ha de sufrir, sin ningún asumo de beatitud ni santidad, gravemente vuelta sobre sí misma.
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Plantearse como dilema el cultivar una pintura decorativa o no hacerlo, me parece una equivocación. El único, el verdadero dilema para el artista, hoy y siempre, es el de ceder al vacío del silencio o afirmarse en la voluntad de crear.
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Es un lugar común pero hay que repetirlo: la gran pintura tiene algo que escapa a las palabras; esa “magia”, ese “misterio” del que todo el mundo habla y que resulta imposible (además de inútil) definir. Uno tiene la impresión de no es algo en la composición, en los modelos ni en los colores –ni siquiera la suma de todo ello–, y que más bien se trata de la capacidad de transmitirnos “la verdad” de un personaje, de un momento, de una situación, sea lo que sea que esto signifique.
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