MUNDICIA / Rodrigo Soto

Una bitácora del día a día, mes a mes, año a año, con textos incómodos o inconexos, de esos que no encuentran cabida en otro sitio, hasta que la muerte u otro bicho o alimaña se aparezca o nos separe... paralelo10@correo.co.cr

domingo, febrero 11, 2007

ESPEJISMOS (Los Días y sus Dones, 1980-2001)

Espejismos
Sé que cuanto miro es ilusión, desvarío de los senti­dos, pero ni me resigno a ello ni puedo romper el cascarón…
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El niño me miró como hubiese mirado yo cuando niño, a alguien como el que soy hoy.
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Crecer es aprender a distinguir nuestras fantasías, adentrarnos progresivamente en los distintos niveles de la realidad, incluyendo los más fantásticos.
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La oscuridad transforma, no sólo la apariencia, sino también el sentido de las cosas.
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Me encontraba tan sumido en la acción, que detenerme hubiera sido como despertar de un sueño...
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En el rostro de la mujer amada espejean voces que me hablan desde la infancia, desde la niñez, desde la juventud; rostros que murmuran secretos, cosas que sospecho: susurran y hacen guiños y aparecen y se esfuman –fantasmas vivos habitándola toda–. Luego hay un momento en que aparece un rostro desconocido que me habla desde el sitio más íntimo, más entrañable y querido, y me sorprende y me conmueve hasta las lágrimas, pues siento que he visto su rostro por primera vez, y lo hago para siempre mío. Y supongo que esto es el amor, o algo parecido.
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El vértigo del enamoramiento y su sensación de 'caída en el otro': las cadenas de asociaciones y de ecos que la cercanía del ser amado nos produce; la sospecha permanente de que a esa persona la hemos conocido antes, y de que en cualquier momento recordaremos dónde, cómo, cuándo…
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Por las mismas razones que todo captor queda atado a su presa, quien seduce depende de la persona seducida. Atado al espejismo de su poder, el seductor terminará arrastrándose, de ser necesario, con tal de no ver amenazada su imagen especu­lar.
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Abrí los ojos, despertándome, y ahí estaba el duendecillo –regordete, un pequeño bulto sobre la mesa del tocador–, como velán­dome… Una fracción de segundo nada más –un descuido, un accidente–, antes de disiparse y dejar sólo la duda.
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La extrañeza que me asalta a veces, cuando me parece despertar de un sueño en plena calle, a medio día, entre la multitud. Soy un pasajero de mí mismo, abandonado repentinamente en un lugar desconocido.
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Las apariencias no sólo son verdaderas, son también el único andamiaje que nos permite sospechar que las apariencias no son verdaderas