MUNDICIA / Rodrigo Soto

Una bitácora del día a día, mes a mes, año a año, con textos incómodos o inconexos, de esos que no encuentran cabida en otro sitio, hasta que la muerte u otro bicho o alimaña se aparezca o nos separe... paralelo10@correo.co.cr

lunes, enero 01, 2007

Flores de enero (1)

Larga caminata por los Cerros de Escazú, para iniciar el año. Entré por un sendero que no conocía, muy empinado pero bastante bien trazado, supongo que por la gente del Comité para la Defensa de los Cerros de Escazú (CODECE). El sendero atraviesa algunas fincas, luego un trayecto rocoso –esas enormes rocas típicas de Pico Blanco– y luego un tramo pequeño, pero hermosísimo, de bosque primario... (Musgos y epífitas en abundancia, creciendo sobre las rocas y en la corteza de grandes árboles cuyo nombre ignoro...)

En el tramo rocoso hay varios miradores naturales con vista hacia el cerro contiguo, donde está La Cruz de Alajuelita, y hacia el sur, remontando el curso del río, hacia los Cerros de El Cedral, donde algún día quiero llegar.

Apenas han concluido las lluvias, y ya es el estallido de las flores. Increíble la cantidad y variedad de flores en este momento; hay trechos donde el zumbido de las abejas semeja el de un panal. La naturaleza no tiene prisa pero no pierde tiempo. La lluvia arruinaría el polen y hay que aprovechar los breves meses secos para consumar la fecundación...

En algún momento me detengo para acariciar la tierra: ahí en la altura, es una tierra finísima, profundamente negra, fresca y delicada, que invita a comérsela.

Las únicas personas con las que me crucé en el camino fueron nicaragüenses. Primero, todavía muy abajo, un hombre solitario, machete en mano, sentado a la vera del camino. Breve intercambio de palabras, ambos verificando las intenciones del otro. Luego, en plena montaña, un grupo compuesto por dos muchachos, un adulto y un niño de unos ocho años. Los acompañaba un perro y cargaban flechas (hondas). Gente muy sencilla, tal vez trabajadores de la construcción empleados en los enormes condominios para gringos que se construyen a pie de monte. Esos encuentros en la montaña siempre son curiosos: se abre un interrogante, una expectativa, una tensión. Todo quedó saldado con un rápido apretón de manos con el hombre adulto.

De regreso los vuelvo a encontrar. Ahora descansan sobre una enorme roca con vista a la ciudad y al Valle Central. No me sienten llegar y escucho lo que hablan: ubican los puntos cardinales, pero los refieren, no a donde están en ese momento, sino a Nicaragua... El inmigrante carga siempre con su patria a cuestas. Según me explican ellos, el sendero este conecta con la principal ruta de ascenso al Pico, que sube por el lomo de la montaña, a la que por diversas razones, y aunque lo he intentado varias veces en los últimos años, no he podido llegar.

Al bajar, paso una vez más frente al cementerio de San Antonio de Escazú, y entonces de nuevo la certeza de que ahí quiero ser enterrado, o bien, que se dispersen las cenizas de la cremación en algún sitio más arriba en estos cerros.