EGO (Los Días y sus dones, 1980-2001)
EGO
De lo ilusorio del "yo": lo que vive en uno son las células, lo demás es literatura.
***
Lo importante es que entiendas y asumas tu proceso, sin entorpecerlo con las fantasías ni las consideraciones del 'yo'.
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Mediante el mecanismo de la identificación psicológica, al tiempo que incorporo el motivo con el que me identifico, me convierto en parte de él; al hacerlo parte de mí, me hago parte suya.
***
Seré un idiota, pero sé que lo soy. Otros, más idiotas que yo, creen que no lo sé.
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Una manera de resumir este giro sería decir: Dejó de obsesionarme la pregunta "¿Quién soy?", y se convierte en prioritario plantearme: "Soy, ¿y...?", o "¿Para qué soy?"
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Menos mal que soy mi mayoría.
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Era como si quisiera demostrar, demostrarme quizás, que era capaz de cometer también esa canallada, de modo que cuanto más pensaba "esto no debe ser, esto no debe ser", más empujaba todo en esa dirección, y cada vez que me figuraba las consecuencias, sin duda terribles, de lo que estaba haciendo, daba otro paso hacia adelante, y yo encontraba en todo aquello una suerte de placer y voluptuosidad.
***
Una cosa es lo que pienso de mí, la imagen a la que rindo pleitesía, y otra el subsuelo de las secretas identificaciones, de los deslumbramientos y temores que no reconozco ni siquiera ante mí. A veces una cosa y la otra se oponen, y entonces vivo en guerra o jugando a las escondidas. Y sufro. Sufro porque lo que está a la vista y lo que está en las sombras no se corresponden. Lanzo una moneda al aire y ahí se transforma en un murciélago. Estoy parado sobre un puente de arena movediza que me lleva de ningún lugar a otra parte. Adelante es atrás, el sur es norte. Y yo, ¿dónde estoy?
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Cuando la escucho decir: “te amo”, me pregunto siempre: “¿cuándo se dará cuenta? ¿Cuando se dará cuenta del monstruo que soy?”
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Vivo en medio de derrumbes y deslizamientos.
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Esta manía incorregible de vivir los acontecimientos desde otra persona; no atendiendo a mi percepción, a mis sensaciones, sino imaginando cómo percibirá la situación, qué estará sintiendo, otro de los ahí presentes…
***
Mientras hablo por teléfono escribo inadvertidamente la palabra "interecho". ¿Quién habla? ¿Y qué significa esto?
***
…No estaba seguro de si el asco que le provocaba manipular dinero, se lo producía el dinero mismo o una oscura, inconfesable voluptuosidad por él…
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Dice O.: "Siento que soy todo, pero para serlo, tengo que dejar de ser lo que soy." Luego de un instante, como si hubiera sorprendido a un ladrón: "Ese que dijo eso no soy yo, porque para mí eso es nuevo". Y un poco después, reflexivo: "Y entonces me entristece lo lejos que estoy de ser lo que soy."
***
El jazz es un viejo compañero, un puente que se tiende entre varios ciclos de mi vida, una de las líneas que le dan una improbable cohesión a esa serie de inventos, fantasmagorías y delirios, que sólo mediante otro invento, una mentira mayor, pueden unirse bajo un sólo nombre, una palabra que me designa.
***
Me escucho hablando de una forma nueva, diciendo cosas que no sabía que sabía.
***
Ahora puedo ver hasta qué punto he ido a la deriva, pero también me doy cuenta de que la soledad también me fortaleció, alimentó mis fuerzas y mi capacidad de sobreponerme a la adversidad.
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Reunión de niños y de adultos alrededor de la piscina. Ayer estaba entre los niños; hoy, con los adultos. Y entre un punto y el otro sólo puedo ver, como decía Eunice Odio, un “tránsito de fuego”: una intensa, dolorosa y confusa agitación; un torbellino, un remolino, un túnel de vértigo y oscuridad… No es que en la infancia no hubiese sufrimiento, o que ahora no lo haya. Pero en la infancia aún el sufrimiento está impregnado de incandescencia y plenitud. La juventud, en cambio, es pura desnudez, llaga pura: la certeza de haber perdido el Reino, sin los consuelos de la ironía, la experiencia o la humildad, que son propios de la madurez.
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Uno de los mil nombres de Dios es “El Semejante a Sí Mismo”. Nosotros, pobres mortales, no tenemos más remedio que asemejarnos a lo que nos precede, predispone, informa, configura y tironea desde el pasado y quizás también desde el futuro; asemejarnos a los otros que nos rodean y modelan, y asemejarnos al Mundo: recoger de ahí pedazos y adherirlos a nuestra piel como un emplasto. Somos una colcha hecha con retazos, un chaleco remendado que nunca deja de cambiar.
***
Soy un payaso con una flor en la mano en una estación del tren.
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Ser malo es siempre un poco más difícil, pues exige que uno tenga razones que lo justifiquen.
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A veces, cuando entreveo su rostro, me aterroriza ese mal que los adultos llaman "madurez". Es la forma más complaciente de denominar los pactos, las renuncias, las claudicaciones… Se hace de la vida una repetición de ceremonias insulsas; el único objetivo parecer ser saltar la valla de los días, en pos de un futuro que nada ofrece, sino su rostro siempre idéntico.
***
Empiezo a preocuparme cuando advierto que, en las tiendas y en los supermercados, los guardias de seguridad no se preocupan por mí: ¿será que me parezco ya a los buenos ciudadanos?
***
Lo que somos hoy fue alguna vez un enigma para nosotros mismos, y de habérnoslo revelado alguien diez o veinte años atrás, lo hubiésemos encontrado improbable, inverosímil o ridículo.
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Lo importante es que entiendas y asumas tu proceso, sin entorpecerlo con las fantasías ni las consideraciones del 'yo'.
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Mediante el mecanismo de la identificación psicológica, al tiempo que incorporo el motivo con el que me identifico, me convierto en parte de él; al hacerlo parte de mí, me hago parte suya.
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Seré un idiota, pero sé que lo soy. Otros, más idiotas que yo, creen que no lo sé.
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Una manera de resumir este giro sería decir: Dejó de obsesionarme la pregunta "¿Quién soy?", y se convierte en prioritario plantearme: "Soy, ¿y...?", o "¿Para qué soy?"
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Menos mal que soy mi mayoría.
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Era como si quisiera demostrar, demostrarme quizás, que era capaz de cometer también esa canallada, de modo que cuanto más pensaba "esto no debe ser, esto no debe ser", más empujaba todo en esa dirección, y cada vez que me figuraba las consecuencias, sin duda terribles, de lo que estaba haciendo, daba otro paso hacia adelante, y yo encontraba en todo aquello una suerte de placer y voluptuosidad.
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Una cosa es lo que pienso de mí, la imagen a la que rindo pleitesía, y otra el subsuelo de las secretas identificaciones, de los deslumbramientos y temores que no reconozco ni siquiera ante mí. A veces una cosa y la otra se oponen, y entonces vivo en guerra o jugando a las escondidas. Y sufro. Sufro porque lo que está a la vista y lo que está en las sombras no se corresponden. Lanzo una moneda al aire y ahí se transforma en un murciélago. Estoy parado sobre un puente de arena movediza que me lleva de ningún lugar a otra parte. Adelante es atrás, el sur es norte. Y yo, ¿dónde estoy?
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Cuando la escucho decir: “te amo”, me pregunto siempre: “¿cuándo se dará cuenta? ¿Cuando se dará cuenta del monstruo que soy?”
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Vivo en medio de derrumbes y deslizamientos.
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Esta manía incorregible de vivir los acontecimientos desde otra persona; no atendiendo a mi percepción, a mis sensaciones, sino imaginando cómo percibirá la situación, qué estará sintiendo, otro de los ahí presentes…
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Mientras hablo por teléfono escribo inadvertidamente la palabra "interecho". ¿Quién habla? ¿Y qué significa esto?
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…No estaba seguro de si el asco que le provocaba manipular dinero, se lo producía el dinero mismo o una oscura, inconfesable voluptuosidad por él…
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Dice O.: "Siento que soy todo, pero para serlo, tengo que dejar de ser lo que soy." Luego de un instante, como si hubiera sorprendido a un ladrón: "Ese que dijo eso no soy yo, porque para mí eso es nuevo". Y un poco después, reflexivo: "Y entonces me entristece lo lejos que estoy de ser lo que soy."
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El jazz es un viejo compañero, un puente que se tiende entre varios ciclos de mi vida, una de las líneas que le dan una improbable cohesión a esa serie de inventos, fantasmagorías y delirios, que sólo mediante otro invento, una mentira mayor, pueden unirse bajo un sólo nombre, una palabra que me designa.
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Me escucho hablando de una forma nueva, diciendo cosas que no sabía que sabía.
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Ahora puedo ver hasta qué punto he ido a la deriva, pero también me doy cuenta de que la soledad también me fortaleció, alimentó mis fuerzas y mi capacidad de sobreponerme a la adversidad.
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Reunión de niños y de adultos alrededor de la piscina. Ayer estaba entre los niños; hoy, con los adultos. Y entre un punto y el otro sólo puedo ver, como decía Eunice Odio, un “tránsito de fuego”: una intensa, dolorosa y confusa agitación; un torbellino, un remolino, un túnel de vértigo y oscuridad… No es que en la infancia no hubiese sufrimiento, o que ahora no lo haya. Pero en la infancia aún el sufrimiento está impregnado de incandescencia y plenitud. La juventud, en cambio, es pura desnudez, llaga pura: la certeza de haber perdido el Reino, sin los consuelos de la ironía, la experiencia o la humildad, que son propios de la madurez.
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Uno de los mil nombres de Dios es “El Semejante a Sí Mismo”. Nosotros, pobres mortales, no tenemos más remedio que asemejarnos a lo que nos precede, predispone, informa, configura y tironea desde el pasado y quizás también desde el futuro; asemejarnos a los otros que nos rodean y modelan, y asemejarnos al Mundo: recoger de ahí pedazos y adherirlos a nuestra piel como un emplasto. Somos una colcha hecha con retazos, un chaleco remendado que nunca deja de cambiar.
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Soy un payaso con una flor en la mano en una estación del tren.
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Ser malo es siempre un poco más difícil, pues exige que uno tenga razones que lo justifiquen.
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A veces, cuando entreveo su rostro, me aterroriza ese mal que los adultos llaman "madurez". Es la forma más complaciente de denominar los pactos, las renuncias, las claudicaciones… Se hace de la vida una repetición de ceremonias insulsas; el único objetivo parecer ser saltar la valla de los días, en pos de un futuro que nada ofrece, sino su rostro siempre idéntico.
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Empiezo a preocuparme cuando advierto que, en las tiendas y en los supermercados, los guardias de seguridad no se preocupan por mí: ¿será que me parezco ya a los buenos ciudadanos?
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Lo que somos hoy fue alguna vez un enigma para nosotros mismos, y de habérnoslo revelado alguien diez o veinte años atrás, lo hubiésemos encontrado improbable, inverosímil o ridículo.
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