MUNDICIA / Rodrigo Soto

Una bitácora del día a día, mes a mes, año a año, con textos incómodos o inconexos, de esos que no encuentran cabida en otro sitio, hasta que la muerte u otro bicho o alimaña se aparezca o nos separe... paralelo10@correo.co.cr

lunes, febrero 13, 2006

ARTES (Los días y sus dones, 1980-2001)


“Nena, si te atreves a preguntarlo, es porque nunca vas a llegar a conocer la respuesta” (Louis Armstrong, a una periodista que le preguntó qué es el jazz.)
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El jazz recrea una experiencia individual, la epopeya de la libertad expresiva; en la música tropical domina el espíritu tribal de la pachanga; se trata, pues, de una música esencialmente colectiva.
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El arte consiste en jugar con las leyes.
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En la radio, tres jóvenes y brillantes actrices (de una sola de ellas podría mencionarse su hermosura) discuten la forma de llevar público a las salas… Hablan de la enajenación y las leyes del mercado, del hecho artístico, del texto y el contexto y cuántas cosas más, pero nada del placer, nada del gozo y del misterio, nada de entregar y compartir…
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El mismo poder generador que mantiene vivo al mundo, se manifiesta en la voluntad creadora del artista.
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A diferencia del trance religioso o místico, la experiencia estética no suele ser aterradora, sino profundamente placentera.
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De Kandinski a Tarkovski, de Kundera a Pessoa, este es el secreto de todo el gran arte de la modernidad: ante el vacío del discurso religioso, erigir, encarnado en la obra, un destello de sentido…
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El “performance” pone en entredicho la dicotomía entre “vida” y “representación”. Por eso los “performers” son personajes en sí mismos.
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Otra diferencia entre el arte y la política, es que cuando un nuevo artista se anuncia, los demás se alegran.
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Organicidad, coherencia, verosimilitud. La organicidad de una obra artística, su coherencia y consecuencia con las leyes que la sustentan, la definen o la delimitan… Una vez establecidas las "reglas del juego", los criterios de verosimilitud, los "parámetros de su realidad interna", la obra ha de ser conse­cuente con ellos, a riesgo de fenecer, de partirse, de quebrarse.
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El valor de la sorpresa, de lo inesperado, en el goce estético.
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El artista siempre apela a la complicidad.
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No se trata de adornar la obra con enigmas retóricos, sino que la obra misma sea un misterio, un enigma.
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La horrible paradoja de quienes se conmueven hasta las lágrimas con una pintura de Van Gogh o con un soneto de sor Juana, pero son insensibles a quienes los rodean.
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En las artes, desde la "marginalidad" es espantosamente fácil caer en la auto­complacencia.
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El arte siempre como ofrenda, sino ¿para qué?
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No hay que renunciar nunca –¡por ningún motivo!–, a la idea, a la esperanza, a la ilusión de que el arte puede hacernos mejores personas.
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Los pensadores esotéricos, como los políticos totalitarios, los arzobispos y censores, pontifican sobre lo que debe ser el arte. A todos hay que ignorarlos por igual. El creador se compromete antes que nada con su arte, que es una manera de comprometerse con la vida y con los demás.